El portazo sonó más fuerte de lo que Ryan pretendía, pero no le importó. Tiró las llaves sobre la mesa de la entrada como si acabara de sobrevivir a una maratón.
—Te lo dije —bufó, dejándose caer en el sofá—. El yoga es una secta satánica.
Julie, que se había quitado las zapatillas y ya caminaba descalza hacia la cocina, le lanzó una mirada por encima del hombro.
—Oh, claro. Una secta donde la gente se relaja y mejora su postura. Un verdadero peligro para la humanidad.
Ryan la siguió con la vista. Le encantaba verla moverse por la casa con esa soltura y más si en su vientre llevaba un hijo de él.
—Mi postura está bien. Es la de un hombre que no necesita poner la cabeza entre las piernas para ser feliz.
Julie abrió la nevera, sacó una botella de agua y se la lanzó. Él la atrapó por reflejo.
—Podrías al menos agradecerme por inscribirte.
—¿Agradecerte? —bebió un trago largo—. La última vez que sentí algo parecido fue cuando me caí de la bici a los ocho años y me rasgué la rodilla… pero