Me abro de piernas para él como una mujer de la mala vida, pero supongo que todas somos así cuando estamos con el hombre que amamos. Christopher me mira, el sudor bañando su cara. ¿Por qué hace tanto calor en esta habitación? me pregunto, mientras siento cómo el sudor me recorre la espalda. Suspiro cuando él toma con su mano derecha su tronco y lo acerca a mi entrada. Empuja su glande hacia mi interior y…
—¡Ah! —exclamo cuando el dolor me avasalla.
Sé que estoy lo suficientemente lubricada, pero su tamaño… ¡Dios mío! Suspiro, tratando de relajarme, mientras él enrolla mis piernas en su espalda baja. Vuelve a colocar el glande en mi interior y esta vez logra coronarme. Mi espalda se encorva. Christopher empuja un poco más y, sin poder detenerlo, entra en mí. Su pecho se pega al mío y entierro mis uñas en su espalda cuando siento todos sus centímetros en mi interior.
—¡Ah! —exclamo.
Él se detiene. Nuestras respiraciones se complementan. Sus ojos me miran desde arriba y casi puedo ver