La mañana estaba fría, pero el sol entraba tímido por los ventanales de la mansión Campbell. Julie caminaba junto a Ryan, todavía con esa mezcla de nervios y calma que él parecía provocarle cada vez que estaba cerca. No había dicho exactamente adónde iban, solo que era “importante”.
El coche se detuvo frente a una clínica privada, discreta pero lujosa. Un par de guardias bajaron primero, revisando la entrada. Ryan rodeó el vehículo para abrirle la puerta a Julie y le ofreció la mano.
—Vamos —le dijo con una leve sonrisa.
Ella arqueó una ceja.
—¿Vas a decirme qué es esto?
—Lo vas a ver.
Subieron en ascensor hasta el tercer piso. Allí, una doctora de bata blanca los recibió con amabilidad.
—Señora, señor Campbell. Todo está listo.
Julie lo miró, sorprendida.
—¿Campbell? —susurró, pero él solo le guiñó un ojo.
Entraron a una sala amplia, con una camilla en el centro y una pantalla grande al frente. La doctora le indicó que se recostara y le descubriera el abdomen. El gel frío la hizo est