—¿Quién es Aarón?
La niña reparó en mí, sus enormes ojos marrones examinándome con curiosidad. Antes de responder, miró a la monja como si pidiera permiso.
—Es mi amigo, llora mucho —miró hacia la ventana—. Su mamá le daba dulces de mora, solo quiero que sonría.
Me abstuve de preguntar por la historia de Aarón, no quería abrir los ojos a la realidad. Prefería vivir en mi burbuja perfecta.
—Si usted compra mi pintura, Aarón tendrá sus dulces.
Si tuviera dinero, claro que lo haría, por desgracia, no tenía fuente de ingresos.
—Eh…
La monja me salvó de responder, pues me interrumpió y convenció a la niña de acompañarnos al exterior.
Una vez afuera, varios niños me rodearon como si fuera lo más entretenido del lugar, reían, me jalaban el vestido y hacían mil preguntas que no alcanzaba a responder.
Cuando menos me di cuenta, me encontraba jugando Marco Polo, me vendaron los ojos con una prenda de dudosa procedencia y trataba de atrapar a los niños que respondían a mi llamado. Como punto par