Inocente.
La palabra resonó en mi mente. Una parte de mí lo supo desde que Alexander tuvo la decencia de admitir que mi madre fue la cabeza de todo y no tuve nada que ver.
Aliviada, miré hacia la abogada y solté una risa genuina, me percaté de que hace meses no reí de esa manera, no desde que mamá murió. Aún incrédula, abracé a ambos abogados mientras me felicitaban.
Miré hacia atrás esperando ver a Alexander, sin embargo, volteé a tiempo para verlo salir de la sala sin detenerse a mirar hacia atrás. Un pedazo de mi corazón se fue con él, ¿vino hasta acá solo a atestiguar? Una vez más, corroboraba que yo le tomé más afecto a él que él a mí.
Mi expresión debió cambiar radicalmente, pues mi padre, quien se acercó con Miranda, gruñó en desaprobación lanzándole una mirada rápida al ex de mi madre.
—Siempre has sido tan sensible, Eloísa —me miró fríamente—. Ahora ves la clase de hombre que tu madre eligió.
Pero Alexander no era mal hombre, no justificaba que mi madre anduviera con alguien