Axel seguía sentado a mi lado, sujetando mi mano entre las suyas como si temiera que pudiera desvanecerme en cualquier momento.
Lo miré en silencio, sintiendo esa extraña mezcla de vacío y calidez.
No recordaba su rostro, no recordaba su voz…
Y, sin embargo, algo en mí se aferraba a su cercanía, como si mi corazón sí supiera quién era él, aunque mi mente no pudiera alcanzarlo.
—¿Me puedes contar más sobre nosotros? —le pedí, mi voz apenas un susurro.
Vi cómo una sombra pasaba por sus ojos, pero desapareció rápido, como si él mismo la apartara a la fuerza.
Me sonrió, esa sonrisa triste pero cálida que parecía cargar siglos de sentimientos.
—Claro que sí —dijo, apretando suavemente mis dedos—. No quiero que te esfuerces en recordar cosas que ahora no tienen importancia. Solo quiero que sepas que siempre te amé.
Algo en sus palabras me estremeció, aunque no podía explicar por qué.
—Recuerdo cuando solíamos sentarnos en la terraza por las noches —empezó a decir, su voz volviéndose más sua