POV : Carolina Langford
No podía dejar de abrazarla.
La sentía tan pequeñita entre mis brazos, tan cálida, tan real. Su cuerpecito temblaba ligeramente contra el mío mientras sollozaba, y yo simplemente la apreté más fuerte, como si tuviera miedo de que, si aflojaba aunque fuera un poco, desapareciera.
No la recordaba. No recordaba su risa, ni su llanto, ni siquiera el momento en que la tuve en mi vientre. Pero algo dentro de mí, algo profundo y visceral, sabía que era mía. Mi hija. Diana.
Ese nombre resonaba en mi mente como una melodía lejana que había olvidado pero que, al escucharla, llenaba mi corazón de una ternura inmensa.
Mis lágrimas caían silenciosas sobre su cabello castaño. No podía detenerlas. No quería hacerlo.
Sentía tanto amor que me dolía el pecho, como si en algún rincón escondido de mi alma siempre hubiese estado esperando este momento, como si hubiera soñado una y otra vez con sostenerla, con escucharla llamarme mami.
La acaricié despacio, pasando mis dedos entre