Después del desayuno, Axel dijo que tenía que encerrarse un rato en el despacho para adelantar algunos asuntos importantes. Me besó la frente con suavidad y se despidió de Diana con una caricia en el cabello, prometiéndole que más tarde jugaría con ella en el jardín si terminaba a tiempo.
—Disfruten el sol, mis amores —nos dijo antes de desaparecer por el pasillo.
Yo tomé la mano de Diana y juntas salimos al jardín. El aire estaba tibio, la brisa movía las hojas con una suavidad que daba gusto respirar. El cielo tenía un azul limpio, y los árboles parecían susurrar secretos antiguos entre ellos. Era un día hermoso, y aunque mi pecho todavía sentía ese peso invisible, decidí disfrutar ese momento con mi hija.
Diana corrió de inmediato entre las flores, riendo mientras sus rizos rebotaban con cada paso.
—¡Juguemos a las escondidas, mami! —gritó, escondiéndose detrás de uno de los arbustos.
—Está bien —le respondí, fingiendo no verla—. ¿Dónde estará Diana? ¡Desapareció!
—¡Estoy aquí! —gr