Enrique no podía contener los nervios, tomó su teléfono para llamar a Lucia, cuando vio con asombro como su chófer se desviaba del camino, miró hacia atrás, se alejaban de los escoltas de su familia, quedaba solo con el de la alcaldía a un lado de él.
—Dije que a casa, mi esposa está sola —dijo desesperado.
—Lo siento, alcalde.
—¿Qué es lo que sientes?, obedece ahora —gritó.
Sintió un puntazo en el cuello, se llevó una mano allí, empezó a ver borroso, el sonido de un pitido de fondo lo aturdía, solo podía pensar en Lucia, que estaba sola en casa y que la situación era tensa y confusa, se desplomó.
Despertó en una habitación de cuatro por cuatro, estaba acostado sobre una cama de cemento, estaba oscuro, apenas una luz tenue se colaba por una ventana alta, se levantó aturdido y recorrió con las manos las paredes hasta que consiguió una puerta.
—¿Quién está ahí? ¡Abran esta m*****a puerta ahora! No saben con quién se han metido —gritó.
—¡Cállese, alcalde! La persona interesada en hablar c