El auto frenó frente a la reja. Caminé los últimos pasos con el abrigo colgando del brazo y la mente envuelta en un silencio que no dolía. El jardín lucía ordenado, como siempre. Las flores recién regadas, las luces encendidas antes del anochecer. El mundo seguía en su lugar. Yo también, aunque algo en mí había cambiado.
Entré sin anunciarme. Greta me saludó con una sonrisa y me informó que Alana aún no había regresado. Agradecí en voz baja y subí los escalones hasta el salón principal.
Subí directamente al salón. Mi madre estaba allí. Sentada en uno de los sillones junto al ventanal, con la espalda recta y una taza de té entre las manos. El juego de porcelana descansaba sobre la mesa de mármol, intacto salvo por la taza que usaba ella.
Cuando me vio entrar, señaló con la mirada la tetera humeante.
—Está recién hecho. Es de jazmín.
Asentí y me serví una taza. Me senté frente a ella, sin hablar. Durante unos segundos, solo se escuchó el leve tintinear del líquido sirviéndose, y el sile