El vapor llenaba el baño. El agua corría, tibia, relajante, mientras yo me enjuagaba el cabello y Cassian me rodeaba por detrás, sin intención de lavarse realmente.
—¿Sabías que esta ducha no es lo suficientemente grande para dos personas si una de ellas insiste en estar pegada como una lapa? —pregunté, sonriendo mientras me giraba un poco.
—Lo sé —respondió con la voz aún rasposa, acariciándome el vientre con ambas manos—. Pero me rehúso a perder el contacto físico contigo antes del desayuno.
Reí. Él hundió la cabeza en el hueco de mi cuello y besó la piel húmeda, justo bajo la oreja.
—Además —añadió, bajando las manos lentamente por mis costados—, técnicamente tú eres el desayuno.
—Vas a dejarme sin energía —murmuré, riendo, apoyando la espalda en su pecho.
—Entonces tendré que darte fruta. O pan tostado. ¿Te gustan los huevos revueltos? Porque si me das cinco minutos…
—Cassian.
—¿Sí?
—No hace falta cocinar. Solo quédate así un poco más.
Él no respondió. Solo me sostuvo. En silencio