Jueves, 4:12 p. m.
La habitación del hotel estaba en penumbra, con las cortinas apenas abiertas dejando entrar la luz difusa de una tarde nublada. El aire olía a café y a algo limpio, casi cálido. Afuera, la ciudad seguía rugiendo. Pero dentro, todo era pausa.
Me quité los zapatos, dejándolos junto a la maleta. Me senté en el borde de la cama, sin mirar a ningún lado en particular. Cassian dejó las llaves sobre el escritorio y no dijo nada. Solo me observó desde el umbral del baño, apoyado en el marco como si supiera que yo estaba eligiendo cada palabra en silencio.
—Fue raro —dije por fin.
—¿Qué parte?
—Todas. Verlo otra vez. Que hablara como si nada. Que firmara sin hacer una escena. Como si yo no hubiera sido más que un trámite que ahora quedaba atrás.
Cassian vino hacia mí y se sentó a mi lado. No me tocó. No aún.
—¿Esperabas otra cosa?
—No lo sé. —Me llevé una mano a la frente, suspirando—. Tal vez una disculpa. Tal vez un “yo también me equivoqué”. Algo que validara todo lo que