Cap. 5: Eres mi esposo: Marco Alessi.

Stella sin hacer caso a las recomendaciones de Verónica volvió a la habitación de Mike, lista para poner en marcha su plan, y hablar con él, pero lo encontró inconsciente. Entonces, en ese momento le avisaron que el médico había llegado.

Stella salió de la habitación mientras el doctor Graham se quedaba revisando a Mike. Sentía su corazón acelerado, la tensión en su pecho no disminuía mientras esperaba el diagnóstico. Caminaba de un lado a otro en la sala, nerviosa, tratando de ordenar sus pensamientos.

Pasaron unos minutos que parecieron horas. Finalmente, el médico salió de la alcoba, con su rostro tranquilo pero serio. Se quitó los anteojos, limpiándolos con lentitud, antes de mirar a Stella.

—Los golpes en su cuerpo son solo contusiones, no hay huesos rotos, lo cual es un buen signo —comenzó a explicar—. Sin embargo, lo que realmente me preocupa es el golpe en su cabeza. El joven tiene amnesia… no recuerda nada. Sería bueno llevarlo a un hospital para que le realicen una tomografía, y si es posible una resonancia.

Stella parpadeó, sintiendo un repentino escalofrío recorrerle la espalda.

«Amnesia» La palabra resonaba en su mente. Lo que en un principio había sido un plan improvisado para proponerle un trato a aquel hombre, para que se hiciera pasar por su esposo por un tiempo, ahora parecía una oportunidad aún más perfecta de la que había anticipado. Él no recordaba nada. Las piezas del rompecabezas parecían encajar mejor de lo que ella misma había planeado.

Sin perder la compostura, Stella asintió despacio.

—Gracias, doctor. Me aseguraré de que reciba la atención adecuada. Lo llevaré al hospital personalmente —mintió con una calma que ni ella misma esperaba—. Aprecio mucho su ayuda, y… confío en su discreción sobre este asunto.

El doctor Graham la miró por un momento, luego asintió con una leve sonrisa.

—Por supuesto, señorita Hampton. Puede contar con mi silencio.

Stella lo despidió con una inclinación de cabeza, mientras por dentro comenzaba a trazar el siguiente paso de su plan. Ahora que Mike no recordaba nada, todo estaba en sus manos. Justo cuando el doctor Graham se retiraba, Stella, que hasta el momento había permanecido serena, bajó la mirada al suelo, luego sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.

—Ya escuchaste al médico Stella —advirtió Verónica quién había estado escondida tras uno de los pasillos—, avísale a su familia, que lo lleven al hospital.

—No lo haré —contestó con frialdad—. Desde ahora, ese hombre es mi esposo. No regresaré a casa sin un marido, Verónica. No volveré a ser el hazmerreír de nadie… Jamás permitiré que se burlen de mí por ser fea.

Verónica la miró, incrédula. El shock de las palabras de su amiga la dejó sin palabras por unos segundos.

—¿Qué estás diciendo, Stella? —murmuró, tratando de controlar el pánico—. No puedes hacer esto. ¡Ese hombre tiene una familia, una vida! No puedes… no puedes simplemente decidir que será tu esposo.

Pero Stella no se inmutó. Se giró hacia Verónica con una determinación férrea en los ojos, ajustándose sus grandes lentes.

—He tomado mi decisión. Luis Miguel Duque ahora es mi esposo —declaró con una calma inquietante—. Nadie volverá a reírse de mí, Verónica. Y quiero que todas esas personas que alguna vez me miraron con desprecio se mueran de envidia al ver que esta mujer horrorosa consiguió un marido guapo.

Verónica la miró, sorprendida, tratando de encontrar alguna chispa de razón en las palabras de Stella. ¿Se había vuelto loca? No, pensó, simplemente estaba desesperada. Trató de hacerla entrar en razón una última vez.

—Stella, esto está mal. No puedes construir una vida sobre una mentira así. Piensa en lo que estás haciendo…

Pero Stella negó con la cabeza, con una serenidad que le heló la sangre a Verónica.

—No hay marcha atrás. Ya he decidido, y nadie me hará cambiar de opinión. Luis Miguel Duque será mi esposo, y no se hablará más de esto.

Verónica entendió que no podía hacer nada más en ese momento. Stella ya no era la mujer que ella conocía, y el camino que había elegido no tendría fácil regreso.

Stella, con la mente clara y sus planes ya trazados, recordó que su padre tenía un amigo abogado que por dinero le hacía ciertos favores, enseguida tomó su teléfono y le marcó a aquel sujeto, un hombre que había manejado algunos de sus asuntos familiares en el pasado. No era alguien que hiciera preguntas innecesarias.

La llamada fue breve y directa. El abogado, el señor Ramírez, respondió con un tono profesional.

—Señorita Hampton, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó con cortesía.

—Necesito que me consigas una identidad nueva para un hombre —dijo Stella sin rodeos, su tono de voz sin rastros de duda—, y un certificado de matrimonio.

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea antes de que el abogado hablara nuevamente, con cierta incomodidad en la voz.

—Señorita Hampton, ¿es consciente de que lo que me está pidiendo es ilegal? Crear una identidad falsa… y un matrimonio, es un delito grave.

Stella no titubeó. Su mirada fija en la puerta de la alcoba donde Luis Miguel descansaba, completamente ajeno a la situación.

—Lo sé —respondió con frialdad—, pero necesito que lo hagas. Y te aseguro que te pagaré muy bien por tus favores. No volverás a preocuparte por el dinero si aceptas.

El abogado volvió a quedarse en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Sabía que involucrarse en algo así ponía en riesgo su carrera y su integridad, pero también sabía que Stella Hampton tenía los recursos para cumplir lo que prometía.

—Haré algunas llamadas —respondió finalmente, su tono más bajo, casi conspirador—. Pero necesito que sepas que esto tiene riesgos. Si alguien descubre lo que estamos haciendo…

—Nadie lo descubrirá —lo interrumpió Stella con frialdad—. Confío en tu discreción, Ramírez. Haz lo necesario y consígueme lo que pido.

—Entendido, señorita Hampton. Le avisaré cuando tenga noticias.

Stella colgó el teléfono sin más palabras, su mente ya volcada en el siguiente paso de su plan. Había cruzado una línea peligrosa, pero no había marcha atrás. Luis Miguel Duque pronto dejaría de existir, y en su lugar nacería un nuevo hombre, uno que sería su esposo.

Esa noche Mike había descansado, y Stella se había quedado en la habitación cuidándolo. Al amanecer salió cuando recibió la llamada de su abogado, avisándole que había cumplido su misión, y que le haría llegar a la brevedad los documentos que solicitó falsificar.

La mirada de Stella brilló. Agradeció al abogado. Aún con su vestido de novia sucio y salpicado de sangre de Mike, respiró hondo antes de entrar en la habitación. Sabía que tenía que actuar con convicción si quería que su plan funcionara. Empujó la puerta suavemente y se encontró con la mirada de Mike, que apenas había despertado. Al verla, con el cabello revuelto, el vestido hecho un desastre, y su rostro marcado por la fatiga, él frunció el ceño con confusión. Lo que vio no fue una novia radiante, sino un esperpento vestido de blanco.

Stella, notando la expresión de horror en el rostro de Mike, sintió un pinchazo de dolor. Sabía que no era una mujer hermosa, pero esa mirada era más de lo que podía soportar. Con una sonrisa forzada, se acercó a él despacio.

—No te asustes, cariño —dijo, tratando de suavizar la situación—. Sí, soy yo, tu esposa. Sé que no soy bonita, pero tampoco para espantarte de esa manera. Sin embargo… así me amas.

Mike frunció el ceño aún más, su cabeza daba vueltas, y la incomodidad se reflejaba en sus ojos.

—No… no te recuerdo —murmuró, su voz rasposa—. No sé quién eres. ¿Mi esposa?

Stella ya esperaba esa respuesta. Había planeado todo en los minutos anteriores, construyendo una historia que haría que Mike creyera en sus palabras. Sonrió suavemente y se sentó al borde de la cama, tomando su mano con delicadeza.

—Es normal que no me recuerdes, amor. —Comenzó a hablar con una voz calmada, como si consolara a un niño—. Tuvimos un accidente horrible hoy. Íbamos camino a nuestra luna de miel, y fue entonces cuando todo sucedió. El auto perdió el control, y yo pensé lo peor… pero aquí estás a mi lado. —Stella hizo una pausa, sus palabras cuidadosamente elegidas—. Pero no te preocupes, te vas a recuperar.

Mike la miraba desconcertado, incapaz de procesar lo que ella decía.

—¿Mi esposa? —preguntó con incredulidad—. Pero… no sé quién soy… no sé quién eres.

Stella apretó suavemente su mano y asintió, como si fuera una prueba de su amor inquebrantable.

—Te llamas… Marco Alessi. —Dijo con seguridad, ocultando su nerviosismo—. Somos inseparables, y este accidente no cambiará nada. Volveremos a casa cuando estés listo, te lo prometo. Nadie puede separarnos.

Mike seguía sintiéndose mareado y perdido, pero la voz de Stella, tan segura, tan llena de confianza, parecía envolverse en su mente, como si él tuviera que aceptar lo que ella le decía. Marco Alessi. Sonaba tan extraño, pero en ese momento no tenía más que creer en lo que ella le decía.

Y aunque en su interior algo le decía que no todo estaba bien la miró con los ojos entrecerrados, confundido, pero no dudó.

Le creyó. Le creyó todo.

Y fue en ese momento que Stella supo que ya no había marcha atrás.

Porque lo había conseguido.

Ahora… tenía un esposo, y uno muy atractivo, mucho más que Julián. 

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