Las manitas dispusieron la cama con sabanas limpias, mientras una de ellas daba la voz de alarma, aun sabiendo que los doctores no podrían ser llevados por el helicóptero de la familia, pues la tormenta que fuera se desataba haría imposible tal traslado, solo quedaba la vía terrestre y eso llevaría a que tuvieran que conducir casi dos horas a una velocidad prudencial, aunque también eran conscientes que los médicos preferirían morir de camino a la villa Zhao, antes que llegar tarde y tener que enfrentarse a la furia del llamado carnicero.
— Vamos conejito, no me hagas esto, Mia, abre tus ojos, por favor, amor, abre tus ojos. — susurraba como plegaria el mayor, mientras colocaba el cuerpo de su esposa en la cama.
— Señor, por favor. — pidió una de las manitas, más que nada a modo de disculpas, mientras usaba toda su fuerza para jalar a un lado a Takashi. — Déjenos revisar a la señora, estamos capacitadas y lo sabe. — claro que lo sabía, si ubo un tiempo donde todos los partos se llevab