El rugido de la aclamación final era ensordecedor, pero para Isis, envuelta en la túnica blanca y sintiendo el frío metal de la tiara sobre su cabeza, el sonido parecía lejano, amortiguado. La sensación de irrealidad era abrumadora. Un día era una sanadora, al siguiente, una Luna coronada tras un drama de proporciones épicas.
Sech no soltó su mano. El calor firme de su palma era su única ancla a la realidad. Al ver el rostro de Sech, la ferocidad y el desprecio que había mostrado hacia Ayla desaparecieron, reemplazados por una ternura posesiva que la hizo temblar.
— ¿Estás bien, mi Luna? —murmuró Sech, acercando su boca a su oído, con la voz profunda y protectora.
Isis parpadeó, sintiendo el peso de miles de miradas sobre ella.
—Sí, solo... es demasiado —respondió ella, forzando una sonrisa. El nombre de Ayla y el destino de Tessa resonaban en su mente—. Sech, ¿qué pasará ahora?
—Ahora —dijo él, girando su mano para besar el dorso de la suya con una calma deliberada—, ahora vamos a