En el interior de la cabaña, el fuego crepitaba suavemente en la chimenea, proyectando una luz dorada sobre Sech e Isis. Él la tenía entre sus brazos, esperando su confesión con una mezcla de deseo y ansiedad.
—Sech, yo también quiero estar contigo —dijo Isis, su voz temblaba ligeramente a pesar de la calma que Keyra le infundía—. Pero hay algo muy importante que tengo que decirte... antes de que esto avance, debes saberlo.
Ella tomó una bocanada de aire, sus ojos fijos en los de él.
—Yo... yo no soy virgen, Sech. Yo me entregué a Dorian. él era mi compañero, mi destino.
El silencio se instaló en la cabaña, roto solo por el chisporroteo de la madera.
Sech sintió un golpe de posesividad primitiva que emanó de Ragnar. El instinto del Alfa, el deseo de ser el primero, el único, lo sacudió violentamente. Su cuerpo se tensó por un instante, y sus ojos dorados parpadearon con una vulnerabilidad que él rara vez permitía mostrar.
Sin embargo, la lección de Altea y el profundo amor que sent