Perspectiva de Sech.
La rabia, la impotencia, y un dolor sordo y agudo se apoderaban de mí. Dejé atrás el pasillo del palacio y el eco de mis amenazas, pero el verdadero campo de batalla estaba dentro de mi pecho. El Rey Alfa, el que nunca mostraba debilidad, estaba destrozado por la traición.
Pasé por la habitación de Isis cuando noté que la puerta estaba entreabierta. Me detuve en seco. La vi.
Ella estaba de pie frente al espejo de cuerpo entero, la luz tenue de la alcoba bañaba su figura. Sus manos, con una ternura casi religiosa, acariciaban el medallón que contenía la fotografía de Dorian. La devoción, el profundo amor y la ternura en su rostro eran inconfundibles. En ese momento, no existía su esposo sobre el papel, ni el palacio, ni el trato. Solo el recuerdo de su amor perdido.
Fui dominado por la bestia que habitaba dentro de mí. Una sensación de descontrol, de rabia primitiva y de celos violentos se apoderó de mi ser.
—¡Mía! ¡Es nuestra! — rugió Ragnar, desquiciado por la im