El estruendo nos sacó de la euforia. Un segundo después, la adrenalina reemplazó la libertad. Nos transformamos. El dolor del cambio de forma me recorrió, pero la urgencia era mayor. Abrí los ojos, jadeando por el esfuerzo, y me encontré desnuda y expuesta.
La luz de la luna apenas se filtraba entre las copas de los árboles, pero era suficiente. Sech estaba frente a mí, su cuerpo poderoso y perfecto, su mirada fija en mi piel. La conciencia de mi desnudez me golpeó de lleno. Mis mejillas se encendieron.
En la mente de Sech, la batalla era doble.
—¿Qué te pasa, lobo tonto? ¡Deja de comportarte como un cachorro estúpido! — lo reprendió Sech, intentando alejar su mirada de mi cuerpo.
—¡Me vuelve loco! Y no me vas a negar que a ti también. Esa Loba tiene algo especial y lo sabes — rugió Ragnar, una oleada de deseo primitivo inundando la conciencia de Sech.
—Es hermosa, no te lo voy a negar, pero es igual que todas. Una interesada sin escrúpulos.
—Acércate a ella. ¡Necesito tocarla!
—No —