Milán, un lujoso apartamento con vistas a los Navigli, olía a vino caro y rencor. Sofia sirvió otra copa a Victoria, quien recorría el espacio con una mirada crítica, evaluando cada objeto de arte con un desdén apenas disimulado. La alianza entre la ex esposa y la hermana despechada se había solidificado en las últimas semanas, alimentada por llamadas telefónicas llenas de veneno y un odio mutuo que las unía más que cualquier afinidad.
—Ya está decidido —declaró Sofia, dejando la botella sobre la mesa de mármol con un golpe seco—. No podemos esperar más. Cada día que pasa, esa zorra se enraíza más en mi antigua vida.
—¿*Tu* antigua vida? —preguntó Victoria con una ceja arqueada, tomando un sorbo—. Creí que era la vida de Adriano.
—¡Es lo mismo! —espetó Sofia, pasándose una mano por el cabello con frustración—. Lo he visto. Las fotos que me consiguió tu contacto en el personal. Ya no es la sombra asustadiza que llegó. Ahora sonríe. Ahora pasea por el palacio como si fuera suyo. Y Adria