La tensión tras la visita de Sofia era palpable, un eco silencioso que resonaba en los pasillos del palacio. Adriano se había vuelto más introspectivo, sus miradas hacia Alexandra más largas, más pensativas. Ya no era solo el empresario calculador o el padre sobreprotector; había algo más, una lucha interna que se libraba detrás de sus ojos de ámbar.
Fue en medio de esa tensión cargada de significados que, una mañana de sábado, mientras Alexandra desayunaba con Aurora, él se acercó a la mesa.
—Tenemos una cita esta tarde —anunció, sin preámbulos—. A las cuatro. Vístete apropiadamente.
Alexandra dejó la cuchara de su yogur, confundida. No había ningún evento en la agenda.
—¿Una cita? ¿Adónde?
—A la Gallerie dell'Accademia —respondió él, tomando una taza de café. Su tono era casual, pero ella notó que no la miraba a los ojos—. Tienen una exposición temporal sobre Tintoretto. Pensé que… podría interesarte.
El aire se le atoró en la garganta a Alexandra. *La Accademia*. El templo del arte