Capítulo 15. Una marca
Ivy Cross
Cubierta superior del yate – 19:01 h
Las luces de Atenas brillaban a la distancia como una constelación invertida, titilando desde la costa mientras el mar se teñía de los tonos púrpuras del atardecer. La brisa era fresca, cargada de sal, y me revolvía el cabello con la misma libertad con la que me estaba revolviendo los nervios.
Sostuve la copa de champagne entre los dedos, procurando parecer relajada, como si estuviera acostumbrada a yates de este tamaño, a mujeres con acentos griegos impecables, a joyas que pesaban más que mi antigua vida. Kallista reía con Thalia, sus vestidos vaporosos ondeando como velos, perfectas anfitrionas en un mundo que no me pertenecía.
Y sin embargo, ahí estaba yo. Jugando el papel.
—Eres más joven de lo que imaginaba —comentó Thalia, girando levemente su copa de vino blanco, los ojos claros y curiosos fijos en mí—. ¿Cuánto tiempo llevan juntos tú y Alejandro?
La pregunta me tomó con el pie cambiado. No por inesperada, sino por lo que desataba.