El pasillo que conducía al quirófano era más largo de lo que había imaginado. Las paredes, de un blanco clínico y luminiscente, parecían cerrarse sobre ella, guiándola hacia un destino que ya no podía eludir. Clara caminaba junto a Rojas, sintiendo el peso de la mirada de Félix grabada en su espalda. No era solo una mirada de vigilancia; era una expectativa. La expectativa del capo que había invertido en un recurso y ahora esperaba su retorno.
El paciente yacía en la mesa de operaciones, conectado a una maraña de tubos y monitores que emitían pitidos de alarma sordos, apagados por el grosor de las paredes aislantes. Era un hombre joven, de complexión fuerte, con el torso vendado donde la metralla había hecho estragos. Su piel tenía un tinte cetrino, y el sudor frío le empapaba la frente. Un colega de Félix. Un soldado de su guerra. Salvarle la vida no era un acto de caridad; era un deber dentro de la distorsionada economía de este mundo subterráneo.
—Fallo hepático agudo postoperatori