La luz roja del búnker parpadeaba como un latido agonizante. Clara terminó de vendar el costado de Félix, sus manos manchadas de su sangre. La herida era profunda, pero estable por ahora. El aire, aunque filtrado, comenzaba a sentirse pesado, cargado con el olor metálico de la sangre, el sudor y la desesperación contenida.
—Gael —dijo Félix, forzando cada palabra a través del dolor—. ¿Dónde están mis hombres? ¿Dónde está el equipo de respuesta?
La estática llenó el silencio antes de que la voz de Gael, cargada de una frustración que rayaba en la furia impotente, llegara a través del intercomunicador.
—Es una trampa coordinada, jefe. Una jugada maestra. Mientras nos atacaban aquí, movilizaron operativos simultáneos en tres frentes. Nos dividieron, nos aislaron y nos desangraron, todo a la vez.
Rojas giró hacia el intercomunicador, su expresión, usualmente impasible, mostraba un destello de incredulidad. —¿Tres frentes?
—Sí —confirmó Gael, y se podía oír el tecleo frenético de sus dedos