El zumbido en los oídos de Félix se mezclaba con los disparos espaciados y precisos de Rojas. Cada explosión seca era un recordatorio de que aún respiraban, de que la batalla continuaba. El dolor en su hombro y costado era un fuego constante, pero la adrenalina y la llegada de su guardaespaldas lo mantenían consciente, alerta.
—¡Recarga! —gritó Rojas, retrocediendo detrás de la consola destrozada para cambiar el cargador de su rifle.
Félix, con su brazo bueno, tomó su pistola de respaldo. Su rifle yacía a metros de distancia, inalcanzable. Desde su posición, podía ver las piernas de los atacantes que intentaban ganar terreno desde la puerta del ascensor. Disparó dos veces. Un grito de dolor indicó que al menos una bala había encontrado su marca.
—Gael, ¿status exterior? —preguntó Félix con voz ronca, mientras Rojas volvía a cubrir el perímetro con fuego de supresión.
—El Halcón reporta llegada al punto Alfa. Los bebés están estables —la voz de Gael llegó entrecortada, pero las noticia