Rafael sirvió otra copa, la presencia de Abigail en su vida lo había desequilibrado totalmente. Creyó que todo lo tenía resuelto, que ya no necesitaba de ella… pero al verla todo dentro de él se desestabilizó.
Sonrió con agriedad, completamente seguro de que era la emoción del momento. Convenciéndose a sí mismo de que ya no había nada, nada que lo sumiera y ningún sentimiento que lo hiciera dudar.
Zoe entró a la oficina con una sonrisa de lado a lado, una sonrisa que siempre solía tener.
Él la miró fijamente, intentando encontrar eso que lo hiciera convencerse a sí mismo. Sin embargo, su corazón no latía con la misma intensidad como lo hizo con Abigail.
—¿Qué te pareció la oficina? —dijo ella sentándose sobre sus piernas—. ¿Si te gustó?
—Sí, es justo como lo pensé. Es cómodo y puedo trabajar bien —él respondió con desdén—. Solo que estoy cansado, el vuelo fue largo y quiero ir a nuestra casa.
—Yo también quiero ir a casa, tengo muchas ganas de estar contigo a solas…pero mi padre