Estaba sentado en el borde de la cama, la habitación en penumbra, con la pesada sensación de que todo lo que había hecho hasta ahora no había sido suficiente. La relación con Firenze, mis manipulaciones, mis promesas vacías, todo había sido un maldito fracaso. Pero en el fondo de mi alma, algo seguía ardiendo, algo que me impulsaba a seguir adelante con mi juego. El destino, ¿cómo no verlo? Estábamos destinados a estar juntos, y si no podía convencerla de eso, entonces era un hombre perdido.
Firenze estaba en el otro lado de la habitación, sentada sobre la silla junto a la ventana. Su figura se recortaba contra la luz tenue de la luna, pero sus ojos no se encontraban con los míos. Parecía más distante que nunca, más cerrada. Y eso solo alimentaba mis dudas. ¿Qué había fallado? Ella nunca lo entendería si no le mostraba la magnitud de lo que podía hacer por ella. Si no podía ver la verdad en mis palabras, entonces todo estaba perdido.
—Firenze —dije, con voz suave pero firme—, quiero q