Abrí los ojos y lo primero que noté fue el silencio. Firenze no estaba. Normalmente, yo era quien desaparecía antes de que las cosas se volvieran incómodas, pero esta vez, ella había tomado la iniciativa. Me incorporé en la cama con la mente aún nublada por los recuerdos de la noche anterior.
Tomé mi teléfono y le escribí:
"¿Llegaste bien?"
Su respuesta no tardó en llegar:
"Sí, todo bien. La pasé muy bien, aunque no esperaba que la noche terminara así."
Sentí una punzada de inquietud. No esperaba que la noche terminara así. ¿Eso significaba que había sido un error? La idea me inquietó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Como siempre, la posibilidad de haber arruinado algo antes de siquiera comprenderlo me atormentaba. Mi historial no era alentador. Todas las mujeres que alguna vez quise terminaron detestándome, y yo sabía por qué. Mis vicios. Mi incapacidad para cambiar.
Sabía que con Firenze no quería llegar a ese punto, pero no tenía claro qué hacer. Tal vez lo mejor sería tom