Aquella noche de sábado tenía algo distinto. Firenze había aceptado mi invitación a un club latino. Yo nunca me vi como alguien con habilidades para el baile, pero con ella, todo parecía una buena idea.
Al llegar, la música vibrante y las luces multicolores nos envolvieron. Firenze se movía con naturalidad, sin preocuparse por si lo hacía bien o mal. No era una bailarina experta, pero tenía esa soltura que hacía que todo pareciera fácil. Y lo mejor era que no le importaba la opinión del resto. No buscaba destacar, solo disfrutaba.
Yo, en cambio, me sentía como un pez fuera del agua. El ritmo nunca fue lo mío, y cada paso que intentaba dar parecía un intento fallido de coordinar mis pies. Pero ella se reía con suavidad y me animaba a seguir, como si el hecho de intentarlo fuera suficiente. Y, de algún modo, logré relajarme.
En medio de la música y las risas, una mujer se me acercó con la confianza de quien ya me conocía.
—Tony, tanto tiempo sin verte. —Su sonrisa tenía una intención ev