Había integrado a Firenze en mis compromisos comerciales porque su presencia me sumaba en todos los aspectos. Su nivel cultural, su experiencia por el mundo y hasta su talento artístico capturaban la atención de cualquiera. Aquella noche, durante un cóctel de negocios, tuve un recordatorio de la buena dupla que hacíamos años atrás.
El sonido de las copas chocando, las risas ahogadas y el murmullo constante llenaban el ambiente. Firenze y yo nos movíamos con soltura entre los invitados, intercambiando palabras ocasionales, pero ambos sabíamos que nuestra atención estaba puesta el uno en el otro.
Fue durante una pausa en la barra, con el eco del bullicio como fondo, que ella levantó su copa y me lanzó una mirada cómplice.
—¿Por los viejos tiempos?
No pude evitar sonreír.
—Claro que me acuerdo.
Un cóctel había sido el inicio de nuestra historia. Ahora, después de una década, volvíamos a ese punto, aunque nada era igual.
—Fue diferente a esto, ¿no crees? —preguntó, echando un vistazo al s