Los últimos días habían sido un torbellino. El peso del trabajo parecía multiplicarse con cada hora, pero nada fue más devastador que la decisión de Adam, mi socio y amigo de toda la vida, de abandonar la empresa.
—No lo tomes personal, Tony —dijo durante una reunión improvisada en su despacho, como si su partida fuera un simple trámite administrativo. Su tono era frío, calculado—. Es algo que tengo que hacer.
Lo decía con una ligereza que rayaba en lo ofensivo, como si abandonar lo que habíamos construido juntos fuera solo otro paso en su brillante carrera.
—¿Y nuestras proyecciones para este año? —pregunté, esforzándome por mantener el temple mientras cruzaba los brazos.
Adam desvió la mirada, incómodo pero firme.
—Confío en que podrás manejarlo. Eres bueno en esto, Tony.
Ese intento vacío de consuelo fue casi peor que su decisión. Miré cómo recogía sus cosas con la seguridad de alguien que ya había resuelto sus problemas, dejando los míos como un simple efecto colateral.
Cuando lleg