34. El peso de las expectativas
El regreso del viaje familiar me dejó en un estado de inquietud. Había mantenido la calma frente a Katherine y mi familia, pero todo ese esfuerzo solo reforzaba una verdad ineludible: necesitaba un heredero, un hijo varón a quien transmitir mis enseñanzas y mi legado. Por años me había convencido de que no era el tipo de hombre que aspiraba a la familia perfecta, pero este anhelo se había apoderado de mí. Grace debía alinearse con mis planes.
Esa noche, mientras cenábamos, aproveché un momento de tranquilidad para plantearle la idea.
—He estado pensando, Grace. ¿Qué tal si retomamos la terapia? —dije, adoptando un tono que pretendía ser casual.
Ella alzó la vista de su plato, visiblemente sorprendida.
—¿Terapia? ¿Tú? Pensé que no creías en los psicólogos después de las conclusiones de la última sesión.
Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia.
—Las cosas cambian. Quiero que esto funcione y estoy dispuesto a intentar lo que sea necesario para encontrar una solución.
Grace s