—Señor Cárdenas, ¿ya llegó? Mi tiempo es muy valioso.
Lorenzo apretó los dientes y respondió:
—Dime si las heridas de Marisela son graves y dónde está lastimada.
Ulises contestó:
—¿No ibas a venir a verlo tú mismo?
Lorenzo, furioso, gritó:
—¡No puedo ir! ¡Dime de una vez cómo está!
—¿Y por qué debería decírtelo? —respondió Ulises con calma.
—¡Tú...! —Lorenzo estaba a punto de estallar. En ese momento, Ulises se había convertido en su enemigo número uno.
—¿Quieres los quinientos mil dólares? ¡Te los daré! —bramó Lorenzo.
Al oír que estaba dispuesto a pagar, Ulises sonrió, pero Lorenzo continuó:
—Pero con condiciones: debes decirme exactamente cómo está Marisela y dónde está herida. Y tú no puedes cuidarla, ¡que lo haga Celeste!
—Acepto —acordó Ulises.
—¡Entonces habla! —exigió Lorenzo.
—No tan rápido. ¿Y si te lo digo y luego no pagas? —respondió Ulises.
Las venas de la frente de Lorenzo palpitaban mientras preguntaba entre dientes:
—¿Me crees capaz de eso?
Ulises replicó:
—Considerando