En un mundo oprimido por la crueldad y la tiranía, Irene, una esclava, ve una oportunidad para romper las cadenas que la sujetan. Con la guerra acechando en la oscuridad, ella sabe que la única forma de alcanzar el poder es a través de un matrimonio con un noble rico. Pero el elegido es Publius Caesar, un hombre frío y despiadado, el lobo que no se molesta en esconderse tras la piel de un cordero. En un juego de seducción y engaño, Irene se adentra en una danza sutil y elegante para conquistar a Publius Caesar, manipulándose mutuamente mientras la atracción crece y los sentimientos se despiertan. Pero detrás de su máscara de inocencia, ella es una fuerza oscura, implacable y cruel, dispuesta a sacrificarlo todo, incluso su propia alma, para sentarse en el trono como la reina más poderosa del imperio. Con su corazón negro como el ébano y su mirada fría como el acero, se convertirá en el miedo y la obsesión de todos los que se cruzan en su camino.
Leer másLas puertas de la gran mansión se abrieron ante sus ojos. Irene observó maravillada los árboles con ramas recortadas que custodiaban todo el camino que conducía a la mansión.
Al bajar del carruaje, Irene acomodó el velo rojo sobre su cabeza y bajó con rapidez.
Si en su vida le hubiesen dicho que viviría en aquella mansión y que se convertiría en la esposa de un patricio, Irene jamás lo creería… Ahora, tenía una nueva oportunidad ante sus ojos. Sin embargo, le daba mucho miedo enfrentarse a Publius Caesar.
Irene entró a la mansión. La belleza del lugar se perdió de inmediato en cuanto ingresó. ¿Por qué de repente aquel lugar se sentía frío y aterrador? Las sobras se cernían sobre ella. Estaba segura de que se estaba asfixiando por dentro.
Estaba realmente abrumada, quería estar en cualquier lugar menos allí.
Irene respiró profundamente y se exaltó cuando notó que una criada de la mansión del gran tutor la sujetó del brazo y la arrastró hacia el interior. Trastabilló con el dobladillo de la falda, pero no cayó. Finalmente, llegó a la sala blanca, el lugar donde la familia del gran tutor esperaba por ella.
En realidad, la familia del hombre no era nada numerosa. En una esquina estaba la madre adoptiva, la noble Popea y por otro lado la señorita Elektra, hija natural y patricia de nacimiento.
Irene esperó con paciencia a que Publius Caesar hiciera presencia en el lugar. Esperó por mucho tiempo… una hora, dos horas… hasta que finalmente pasaron cinco horas. Empezó a impacientarse. ¿Qué hombre se tardaba tanto en llegar a su boda?
Irene trató de ver a través del velo escarlata, pero solo pudo vislumbrar figuras distorsionadas danzando a su alrededor.
De repente, sintió un estruendo. Las puertas del lugar se abrieron de par en par y por fin aquel aterrador hombre entró. Pero para sorpresa de Irene, este no entró solo. ¡Parecía que había al menos una docena de hombres!
Ella no logró comprender qué era lo que pasaba. Sin embargo, tras la algarabía de las personas reunidas allí, de quienes supuso que eran otros patricios, Irene intuyó que algo no iba bien. Sintió jadeos, alaridos y gemidos de dolor… ¿Qué carajos ocurría?
Irene sintió como toda la presión se acumulaba en sus hombros.
Sin preverlo, Irene fue abofeteada con brutalidad. Cayó de bruces sobre el suelo casi que inconsciente. Su mejilla se hinchó casi de inmediato. El circulo rojo que se instauró en su rostro junto con el hilillo de sangre que brotó de su boca le hizo marearse por unos breves instantes.
¿Publius Caesar la había golpeado?
El velo salió de su rostro y por fin pudo entender lo que sucedía. No, el gran tutor no la había golpeado.
Irene se aterrorizó. La boda se había convertido en una batalla entre barbaros, y lo peor de todo era que ella estaba en medio, permaneciendo en el centro del huracán, obligando a su cuerpo para que reaccionara.
Su cuerpo no respondió.
Se quedó paralizada ante el ataque de uno de los hombres. Cerró los ojos justo antes de que este le apuñalara el corazón con su afilada espada. Sin embargo, en vez de percibir el dolor punzante y agónico en su pecho, Irene sintió que una especie de líquido espeso y caliente se deslizaba por su rostro y pecho.
Cuando abrió los ojos, vio la clara figura de Publius Caesar en frente de ella. En ese momento, Irene murió y volvió a vivir por causa del pánico.
La mirada del gran tutor imperial era feroz, pero lo que en realidad la alarmaba era el cuerpo que previamente Publius Caesar había derribado justo en frente de ella.
El cuerpo nunca le reaccionó. Tiritaba, y no precisamente por causa del frío.
Irene pestañeó varias veces y respiró profundamente, consiguiendo con ello liberarse del pánico que la mantenía presa. Movió ligeramente los pies, pero simplemente no pudo resistir estar de pie y ver la sangre de los rebeldes derramada sobre el marmolejo de excelsa belleza… Todo era tan tétricamente extraño, sublime e inquietante.
La melodía de la muerte la perseguía donde quiera que fuese.
Cayó sobre el suelo, consiguiendo mancharse aún más.
El olor metálico de la sangre entró por sus fosas nasales, impidiéndole respirar con normalidad. Tenía náuseas y estaba bastante mareada… Se sentía miserable.
El susto no dejaba su corazón. ¿Cómo podía hacerlo cuando sabía que ella misma estaba engañando a Publius Caesar y que podía correr el mismo destino que el rebelde tirado sobre su propia sangre? Si él la descubría la iba a matar y cortar en trocitos… Iba a sufrir un peor destino que el hombre apuñalado en el suelo.
Irene se deslizó en el charco de sangre. Lloró de la impotencia al no poderse librar de aquella terrible sensación. Se encontraba nadando en un río rojo, gateando como un gatito ciego en medio de la avalancha nauseabunda.
Su esfuerzo finalmente se vio recompensado, pues Publius Caesar se compadeció de su desdicha y la levantó del suelo ensangrentado mientras la sostenía por la cintura. Ambos fueron bailarines de una danza purpúrea y sangrienta. Los dos bailaron la danza de la muerte sobre sangre impura.
Publius Caesar…
Irene sintió que los escalofríos recorrieron su espalda… ¿en qué momento había pensado que suplantar a la señorita Galiana era una buena idea? Estaba arrepentida. Moría del miedo, las piernas le temblaban con tanta frecuencia que le era imposible mantenerse en pie.
La luna blanca se había escondido bajo las nubosidades de aquella noche
oscura y fría.
Irene observó con detenimiento el rostro de Publius Caesar solo para darse cuenta de que aquel sujeto tenía una apariencia mucho más amenazante que en sus pesadillas… Era guapo, sí… Pero no podía dejar de pensar en su futuro desdichado cuando él se enterase de su engaño. Tragó en seco.
Él se separó de ella y continuó derribando a los otros rebeldes con la ayuda de los soldados que él mismo comandaba.
Quedando de pie, Irene pudo ver la magnitud de lo sucedido. Los invitados estaban amontonados en las esquinas, los arreglos nupciales estaban destruidos y manchados con sangre, ella misma; su rostro, su cabello tinturado de negro y su túnica blanca ahora estaban teñidos de sangre.
El día más importante de su vida… terminó convirtiéndose en un auténtico baño de sangre.
Publius Caesar era un hombre peligroso. Ella debía ser cautelosa para no fracasar en su arriesgado plan.
Irene se quedó sin aliento.
Publius Caesar… otra vez.
Le temblaban las piernas. Estaba muerta del miedo.
La ceremonia de matrimonio se llevó a cabo con una pompa grotesca que Irene sintió como una burla cruel a su libertad. Lucius, enfundado en un manto púrpura que ahora le pertenecía como emperador, la tomó del brazo con una sonrisa de triunfo, mientras la corte observaba con silenciosa sumisión. Los soldados permanecían en formación rígida, testigos mudos de un enlace que carecía de amor y estaba impregnado de imposición y estrategias de poder.Irene, vestida con un traje nupcial resplandeciente que parecía desafiar el oscuro destino que la rodeaba, caminó hacia el altar con una expresión pétrea. En sus ojos brillaba una mezcla de odio y determinación. Si los asistentes esperaban ver a una mujer rota, se llevaron una sorpresa: la postura de Irene era altiva, su porte, regio. No era una víctima, sino una cazadora que aguardaba el momento exacto para lanzar su ataque.Durante el banquete posterior, Lucius estaba eufórico, levantando su copa una y otra vez para celebrar su victoria sobre
Con el poder recién consolidado en sus manos, Lucius no dejó lugar para la duda o la vacilación. Con una determinación fría y calculadora, ordenó el arresto de Publius Caesar, temiendo que su antiguo rival pudiera representar una amenaza para su nuevo reinado. Los soldados, cumpliendo obedientemente las órdenes de su nuevo emperador, se abalanzaron sobre Publius y lo arrastraron hacia las sombrías profundidades de las mazmorras del palacio.Mientras tanto, Irene fue llevada ante Lucius, cuyos ojos brillaban con una mezcla de lujuria y poder mientras la observaba con atención. Sabía que, como esposa de Publius, Irene poseía una posición privilegiada en el imperio y, como tal, podía ser un valioso peón en su juego de dominio y control.—Mi querida Irene —murmuró Lucius, su voz suave pero cargada de malicia— has llegado a un momento crucial en tu vida. Ahora que tu esposo está fuera del camino, tengo planes para ti.Irene lo miró con desconfianza, consciente de las intenciones ocultas de
Lucius se deslizó por los pasillos del palacio con determinación, su mente trabajó rápido para encontrar una solución al problema que Irene representaba. Finalmente, llegó a los aposentos del emperador y se encontró con el servidor traidor que había contratado para llevar a cabo sus oscuros planes.El hombre, un individuo sombrío con ojos llenos de malicia, lo recibió con una mirada expectante, ansioso por recibir órdenes.—¿Qué novedades tienes para mí? —preguntó Lucius en un susurro tenso, asegurándose de que nadie más estuviera cerca para escuchar su conversación.El servidor traidor sonrió siniestramente y se inclinó hacia adelante, compartiendo sus planes en voz baja con Lucius. Había estado observando al emperador y esperando pacientemente el momento perfecto para actuar.—Hay una oportunidad que se está presentando —murmuró el traidor, su voz llena de anticipación—. El emperador está más vulnerable de lo que piensa. Si actuamos con precisión, podemos acabar con él y abrir el ca
Lucius, con su habitual astucia y maestría en los juegos políticos, planeó cuidadosamente el encuentro entre Galiana y el emperador. Sabía que necesitaba ganarse el favor y confianza del monarca para asegurar su posición en la corte y que la presencia seductora de Galiana sería la llave para lograrlo.Con discreción, Lucius esperó ser convocador por el emperador y le sugirió la idea de invitar a Galiana a sus aposentos, asegurándole que su presencia sería una adición placentera a la velada. Utilizó su habilidad para leer las señales y manipular situaciones a su favor para convencer al emperador de que era una decisión acertada.El emperador, intrigado por la sugerencia de Lucius y atraído por la promesa de la compañía de Galiana, aceptó de buena gana la propuesta. Con un gesto de su mano, indicó que Galiana fuera invitada a sus aposentos esa misma noche, ansioso por disfrutar de su encanto y seducción.Galiana se acercó al emperador con una gracia felina, su figura envuelta en una te
Sin embargo, en medio del caos y la confusión, Publius actuó con rapidez. Con reflejos felinos, se lanzó hacia adelante y agarró la mano de Irene en un movimiento desesperado. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de los de ella, su agarre firme y seguro mientras la detenía en su caída hacia la oscuridad. Un suspiro de alivio se escapó de los labios de la multitud cuando vieron a Publius atrapar a Irene, evitando que se estrellara contra las rocas del abismo. Sus corazones latían con fuerza mientras observaban la escena con incredulidad y asombro. Irene colgaba del borde del acantilado, sostenida por Publius, quien la miraba con preocupación y determinación. Aunque el peligro aún no había pasado, el hecho de que estuviera en los brazos de Publius le brindaba cierto consuelo y seguridad en medio del caos que los rodeaba. Con un esfuerzo concentrado, Publius logró levantar a Irene de nuevo al nivel del suelo, alejándola del borde del abismo con cuidado. La multitud estalló en apl
El gran salón del palacio imperial estaba lleno de expectación cuando el emperador subió al estrado para dirigirse a su corte. Todos los presentes, desde los nobles más altos hasta los sirvientes más humildes, se habían congregado para escuchar sus palabras. El emperador contempló a su audiencia con solemnidad antes de continuar su anuncio. —¡Honorables cortesanos y leales súbditos del imperio! Ha llegado el momento de demostrar la fuerza y la destreza de nuestros hombres más valientes. Por ello, anuncio la celebración de un gran torneo que determinará nuevos puestos en nuestro imperio. El murmullo de emoción se extendió por la sala mientras los presentes absorbían la noticia. Todos los hombres del palacio serían llamados a participar en esta competencia, un desafío de habilidad y valentía que determinaría quiénes serían dignos de servir en roles de mayor importancia en el imperio. El emperador continuó explicando las reglas y los detalles del torneo, mientras los corazones de los
Último capítulo