Lorenzo la miraba fijamente con sus ojos, observando sus labios hinchados por los besos. Luego se levantó y se dirigió hacia la puerta.
Celeste se quedó ahí con el rostro completamente rojo, sin saber qué decir mientras lo veía alejarse.
¡Ella no iba a poner eso! ¡Definitivamente no lo haría!
Pero con lo obstinado que era Lorenzo, aunque ella se negara, él la obligaría a ponérselo...
Celeste se levantó rápidamente de la cama, ignorando el dolor en sus piernas, y fue al vestidor para sacar esa ropa y tirarla a la basura.
Pensándolo mejor, encontró con unas tijeras y las cortó en pedazos.
Ahora Lorenzo no podría obligarla a ponérselas.
Después de cortar la ropa, se aseó y se cambió para bajar a desayunar.
—Señorita, el desayuno ya está listo. Por favor pase al comedor.
—Gracias.
Celeste sonrió y se dirigió al comedor, pero entonces se escucharon unos gritos afuera.
—¿Quién eres tú?... ¡No puedes pasar!
—¿Qué está pasando?
Celeste frunció el ceño y fue a ver.
Al salir, vio a tres mujeres