CAPÍTULO CATORCE

Antonio me conduce al gran salón, donde decenas de miembros de la manada se han reunido formando un semicírculo. La sala enmudece al entrar, todas las miradas se dirigen hacia nosotros, o mejor dicho, hacia el niño pequeño que nos sigue unos pasos atrás junto a Aziel. Milo abre los ojos como platos ante tanta atención, pero para mi sorpresa, no se achica. Al contrario, endereza sus pequeños hombros y levanta la barbilla en un gesto que me recuerda tanto a Antonio que se me encoge el corazón.

El salón es impresionante: techos altos abovedados con vigas de madera a la vista, paredes de piedra adornadas con símbolos de la manada y su historia, y en el centro, una plataforma circular elevada donde arde un pequeño fuego en un cuenco de piedra. Junto a él, una anciana vestida con un sencillo vestido gris, su cabello

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