CAPÍTULO TRECE

Llegamos a una pesada puerta de madera. Aziel toca una vez antes de abrirla. —¿Alfa? Stella está aquí.

El estudio es cálido y masculino: madera oscura, libros encuadernados en cuero y la mezcla de aromas a papel, tinta y el inconfundible olor de Antonio. Milo está sentado en una alfombra mullida frente a la chimenea, jugando con lo que parece ser un lobo de madera tallado a mano. Antonio está cerca, observando a nuestro hijo con una expresión de orgullo que se transforma en fría neutralidad en cuanto me ve.

—¡Mami! —dice Milo, corriendo hacia mí con entusiasmo—. ¡Papá me enseñó su habitación especial y me regaló este lobo! ¡Dice que era suyo cuando era pequeño, como yo!

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