Sebastian se puso de pie y rodeó la mesa con pasos decididos.
—¿Qué haces? —preguntó Gemma, mirándolo con cautela.
Él no respondió. Simplemente se inclinó, la tomó de la cintura y la cargó sobre su hombro. Gemma soltó un chillido de sorpresa.
—¡Sebastian, bájame ahora mismo!
—Suenas demasiado sexy cuando me das órdenes —replicó él, aunque Gema no podía saberlo, sabía que estaba sonriendo—. Vamos a probarlo después en la cama, y prometo hacer todo lo que digas… pero no ahora.
—Idiota —refunfuñó, aunque no pudo evitar sentir un calor traicionero entre las piernas. Maldito su cuerpo, que siempre parecía ir al compás de lo que él provocaba.
Al llegar a la sala, Sebastian la bajó al suelo y se sentó. Antes de que ella pudiera alejarse, la acomodó a horcajadas sobre sus piernas. Él la movía con una facilidad que la hacía sentirse como una muñeca.
Sebastian colocó una mano en su cabeza, enredando los dedos entre sus cabellos, y la acercó hacia él antes de besarla con una intensidad posesiva.