Sofía se encontraba de pie mientras veía su apartamento, este ya había sido desocupado y todas sus cosas estaban en unas cuantas cajas rotuladas según lo que contenían.
—Bueno, supongo que eso es todo —Lena cerró con sellador la última caja —. ¿Estás segura de lo que vas a hacer?
—Siendo sincera, no, pero sabes bien que necesito el dinero para pagar las cuentas médicas de mi mamá. 50 mil dólares no es algo que se encuentra a la vuelta de la esquina y tampoco es una cifra que pueda ganar en el tiempo tan corto que necesito tenerlo.
—Tienes razón —Lena se sentó en el sofá que tenía una sábana blanca —. Bueno, solo me queda desearte lo mejor en este falso matrimonio. Espero que Ethan no sea un altivo y prepotente que te haga sufrir.
—No tiene la pinta de serlo, quizás es un hombre frío y calculador, pero hasta el momento me ha tratado con más decencia humana que los tipos de mi trabajo.
—Eso es algo bueno —Lena se levantó y abrazó a Sofía —. Gracias por todos estos años de amistad, Sofí. En serio que fuiste como una brisa fresca para todo el caos que involucra mi carrera, te quiero y siempre vas a ocupar un lugar muy importante en mi corazón.
—Espera un momento —Sofía apartó a Lena —. ¿Por qué te estás despidiendo de mí?
—Porque ahora perteneces a un mundo al que yo no pertenezco, no creo que a tu marido le haga gracia que sigas siendo amiga de una aspirante a cirujana. Prometo que a partir de este punto voy a luchar para un día alcanzarte hasta donde te encuentras y que así seamos unas señoras de las altas lomas y podamos criticar a todos los que nos caigan mal, solo te pido que me des un poco de tiempo para lograrlo.
—¿Acaso estás loca? Tú vas a seguir siendo mi mejor amiga, incluso si me caso, no te voy a dar tiempo porque no me voy a separar de ti. Nada ha cambiado con nuestra amistad, quizás mi posición escaló porque me estoy casando con un hombre rico y ahora podré cubrir las cuentas médicas de mamá, pero es lo único que hay de diferente, de ahí el resto sigue siendo igual.
—¿Estás segura?
—Mucho, a ti no te puedo dejar ir. Al final eres la única persona que me ayudaría a ocultar un cadáver sin hacer muchas preguntas.
Ellas rieron al escuchar esto, terminaron con un fuerte abrazo y luego de esto vino un silencio que no era incómodo en absoluto.
—No puedo creer que te vas a casar con Ethan Blake —Lena rompió el silencio mientras veía el techo —de todas las cosas que te podían haber pasado, jamás contemplé esta posibilidad.
—Bueno, ya somos dos personas que no pueden creer que me voy a casar con Ethan Blake. Mañana dejo de ser soltera y estaré casada por quién sabe cuánto tiempo.
—¿En dónde va a ser la boda?
—En el ayuntamiento como cualquier pareja normal, hoy es mi última noche de soltería y ya mañana a esta hora estaré legalmente casada con Ethan Blake, convirtiéndome en la señora Blake.
Un escalofrío helado recorrió la espalda de Sofía al ver el título que iba a ostentar a partir del día siguiente.
—¡Hay que hacer una despedida de soltera! —Lena tomó del brazo a Sofía y la jaló —vamos, al menos algo que tú no harías normalmente.
Y de esta manera fue que Sofía se vió en un club de estripers que le movían la cola justo en su rostro, ella al verse en este sitio y su espacio personal siendo invadido por la tanga de cuerina de un tipo que no conocía en absoluto, se limitó a cubrir su cara totalmente roja por la vergüenza.
—¡Un aplauso para la novia! —gritó el DJ que animaba el sitio —¡Sofía Herrera mañana deja el mundo de la soltería!
El vitoreo por parte de la audiencia femenina y masculina fue muy grande, al final, Sofía no pudo con tanta vergüenza y se bajó del escenario con la mirada en el suelo.
—Quiero irme de aquí en este momento —Sofía tomó a Lena del brazo —mañana tengo que llegar temprano al ayuntamiento.
Salieron del club intentando pasar desapercibidas, evitando los flashes de las luces y los comentarios de los desconocidos. El aire nocturno de Nueva York las recibió con su mezcla de humedad, humo y libertad.
Cuando finalmente llegaron al apartamento, Sofía cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella. Solo entonces se sintió a salvo. Otra vez en su espacio. Aunque ya no le perteneciera del todo.
Mañana, su vida iba a cambiar. Mañana, sería la señora Blake.
Ayuntamiento de Nueva York. 10:47 a.m.
El ayuntamiento olía a papel húmedo, sellos viejos y promesas burocráticas. No había flores. No había música. Solo el sonido de tacones sobre baldosas desgastadas y la indiferencia funcional de los empleados públicos.
Sofía vestía un traje blanco sencillo que había comprado dos días antes en una tienda donde las dependientas la miraban como si no encajara. No llevaba velo. No llevaba maquillaje exagerado. Solo llevaba la certeza tensa de quien está a punto de hacer algo que no encaja en ninguna fantasía juvenil.
Acompañándola estaban su madre —a quien no quiso preocupar con la verdad del acuerdo—, Lena, discretamente colapsando por dentro, y un juez que parecía más cansado que todos ellos juntos.
Ethan Blake ya la esperaba frente al juez. Impecable. Como siempre. No porque hiciera un esfuerzo especial, sino porque era el tipo de hombre que parecía nacido para habitar los silencios con elegancia. Su reloj costaba más que la hipoteca promedio. Su traje caía sobre él con la precisión de un bisturí. Y su expresión... no costaba nada: era neutra. Como si no fuera su boda. Como si fuera simplemente martes.
Pero cuando la vio entrar, se levantó. Y la miró un par de segundos más de lo necesario.
Entró en la habitación con una quietud que no necesitaba anunciarse. El vestido que llevaba hablaba por sí solo. Era de un blanco marfil apenas perceptible, como la luz que entra al amanecer por una ventana antigua. La falda, amplia y etérea, rozaba sus pantorrillas con cada paso, levantando un suspiro de tul que parecía bailar alrededor de sus piernas. No era un vestido largo hasta el suelo ni corto como los que no tienen pudor; era justo hasta donde debía, con la medida exacta del encanto.
El encaje del corpiño se aferraba a su figura con la suavidad de una promesa, dibujando flores diminutas que trepaban sobre su piel desde el escote hasta los codos. Los hombros quedaban al descubierto, como si el vestido supiera que no había ornamento mejor que la piel que toca el aire sin miedo. En la cintura, un broche discreto brillaba apenas, como un secreto compartido entre ella y el espejo.
No había extravagancia. Solo belleza. Una belleza que no buscaba atención, pero la encontraba de todos modos.
Ethan la recibió con una ligera inclinación de cabeza.
—Te ves... bien —dijo. No sonrió, pero bajó la mirada, como si su versión de un cumplido implicara simplemente no criticar.
—Gracias —respondió Sofía, ajustando el dobladillo de su blazer—. Tú también pareces exactamente como imaginé: como si estuvieras a punto de adquirir otra empresa.
—Bueno, es un tipo distinto de adquisición.
Ella lo miró de reojo.
—Eso no ayuda.
El juez carraspeó, con el mismo gesto de quien comienza una lectura tediosa que ha repetido mil veces. Abrió la carpeta con sus notas y comenzó el discurso estándar, sin emoción, sin adornos. No hubo votos. No hubo lágrimas. Solo firmas.
Sofía tomó la pluma. Su mano tembló apenas un segundo. Luego apretó los labios y firmó con la misma determinación con la que años atrás había aceptado que a veces los sueños deben ceder ante la realidad.
Sofía Herrera Blake.
Así, sin ceremonia, sin dramatismo, se convirtió en esposa.
Ethan firmó después. Su letra era precisa. Elegante. Eficiente. Como todo en él.
El juez los declaró legalmente casados.
Lena contuvo un chillido nervioso. La madre de Sofía aplaudió, genuinamente conmovida, ignorando por completo que su hija acababa de entrar en un contrato, no en un amor.
Cuando salieron al exterior, el aire fresco les golpeó la cara como un recordatorio de que el mundo seguía igual.
—¿Y ahora qué? —preguntó Sofía.
—Ahora comienza el contrato —respondió Ethan, ofreciéndole el brazo—. ¿Te gustaría ver tu nueva casa?
Sofía lo tomó con movimientos medidos. No por él. Por lo que ese gesto implicaba. Por lo que acababa de dejar atrás.
—¿Tengo habitación propia, verdad?
—Tienes un ala propia.
—Ah, fabuloso, supongo.
Un auto negro los esperaba al pie de la escalera del edificio. El chofer abrió la puerta con discreción, como si supiera que esta no era una boda común.
Sofía subió sin mirar atrás. Y al cerrar la puerta, sintió que el mundo anterior se apagaba detrás de ella. Como si todo lo que conocía —su apartamento de noventa metros cuadrados, su sueldo limitado, su vida hecha a pulso— quedara reducido a una postal lejana.
La ciudad seguía ahí. Los taxis, los semáforos, los vendedores ambulantes, la gente que vivía días normales. Pero ella ya no era parte de eso. Ahora era la señora Blake. Legalmente hablando…