El vestido era rojo. Ethan lo había hecho llegar esa mañana, junto con una nota escrita a mano. Breve. Impecable.
“Confío en tu presencia tanto como en tu palabra. Nos vemos a las ocho.”
Sofía lo sostuvo entre sus manos por varios minutos, como si fuera más una armadura que una prenda. Era elegante, sencillo, con espalda baja y tela que caía como agua sobre su cuerpo. Demasiado perfecto. Demasiado calculado.
A las ocho en punto, bajó las escaleras. Ethan ya la esperaba en el vestíbulo, con un esmoquin negro que hacía juego con la noche.
Cuando la vio, no dijo nada al principio. Sólo la observó.
Y luego, con ese tono que rozaba lo íntimo sin cruzarlo decidió hablar.
—Parece que el vestido eligió bien.
—¿Esto también lo elegiste tú?
—Elegí que lo eligieran por mí. Me cuesta menos equivocarme así.
—¿Y si me hubiera parecido horrible?
—Te habrías visto igual de impactante. Pero con mejores argumentos en contra.
Sofía sonrió, sorprendida. Era la primera vez que lo escuchaba bromear. O algo parecido.
El evento se llevaba a cabo en un museo convertido en salón de gala. Cientos de rostros conocidos. Hombres de trajes sobrios. Mujeres de vestidos que costaban más que su antiguo apartamento. Sofía se sintió fuera de lugar por exactamente cinco segundos. Luego recordó que ese era su papel.
Ethan caminaba junto a ella con naturalidad. Saludaba con inclinaciones mínimas, con una sonrisa que duraba exactamente lo justo. Nadie cuestionaba su presencia. Nadie dudaba del vínculo entre ellos. Todos asumían que era igual de legítimo como la fortuna de la familia Black.
La actuación era perfecta.
Hasta que llegaron a Jonathan Reed.
Alto, delgado, con una sonrisa afilada como bisturí. Socio mayoritario en Black Tech. Y, por el modo en que lo miraba Ethan, un rival disfrazado de aliado.
—Así que esta es la famosa señora Blake —dijo Jonathan, tomando la mano de Sofía y besándola con un gesto tan anticuado como incómodo—. Debo admitir que no esperaba que Ethan se casara con alguien tan… humana.
—¿Humana?
—Real. No de catálogo. Lo digo como elogio.
Sofía no respondió. Sólo le sostuvo la mirada. Firme. Clara. Cómo sabía que a Ethan le gustaba.
—Es un gusto conocerlo, señor Reed. Espero que también sea real así como su lengua tan afilada. A estas alturas del juego, lo artificial ya no impresiona a nadie.
Jonathan rió con sorna. Ethan, por su parte, no dijo una palabra. Pero colocó su mano sobre la cintura de Sofía, un gesto mínimo, contenido… y cargado de un mensaje que solo ella pareció captar: “Gracias por tenerme la espalda.”
Horas después, ya en el auto de regreso, el silencio entre ellos no era incómodo. Era denso. Había algo en el aire. Algo que no tenía nombre, pero se sentía como electricidad mal contenida.
—Lo hiciste bien —dijo él. —Mejor de lo que podía esperar, siendo sincero.
—¿Actuar como esposa o mantener a raya a tus enemigos?
—Ambas.
Llegaron a casa minutos antes de la medianoche. Sofía subió sin decir nada, pero no cerró la puerta de su habitación.
Ethan apareció veinte minutos después, sin chaqueta y con la corbata en la mano.
—¿No podías dormir?
—No lo intenté —dijo ella—. Hay algo raro en actuar todo el día y luego dormir sola en una casa ajena.
Él se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Quieres hablar? ¿O solo compañía silenciosa?
—La compañía silenciosa suena bien.
Y así, él entró.
Se sentaron en el sofá pequeño frente a su ventana. El jardín oscuro allá abajo. La noche parecía suspendida en el aire por un hilo demasiado fino que amenazaba con romperse.
—Julian, Caroline, Jonathan… ¿Cuántas personas hay en tu vida a las que todavía no puedo ponerles rostro?
—Más de las que me gustaría. —Ethan hizo una pausa—. Pero tú ya formas parte de esa lista también. Y no te escondo.
Sofía se giró para mirarlo.
—¿Eso qué significa?
Ethan no respondió. Solo la observó. Como si por primera vez no tuviera una respuesta inmediata. Ni lógica. Ni contratada.
El silencio duró más de lo normal. Y sin necesidad de palabras, él extendió la mano. Solo eso.
Ella dudó un segundo. Luego la tomó.
No hubo beso. No hubo contacto de más. Solo dos manos cruzadas, que decían más que cualquier palabra posible.
Parte 1: Ethan.
Había aprendido a controlar cada detalle de su entorno.
Las luces de su casa, programadas por sensores. El café, con la temperatura exacta. Su agenda, organizada al minuto. Incluso sus emociones, acorazadas bajo la lógica de contratos, números y estrategia.
Pero había una cosa que no podía controlar: la forma en que Sofía lo miraba.
No como si quisiera algo de él. No como una admiradora. Y tampoco como una esposa enamorada.
Sino como una mujer que lo observaba desde fuera del muro... y no sentía miedo de tocar los ladrillos sueltos.
Después de la gala, Ethan se había encerrado en su despacho, revisando informes que no necesitaban revisión. Lo hacía cuando necesitaba pensar sin parecer vulnerable.
Julian había reaparecido. Caroline seguía en una foto. Y ahora, Sofía...
Sofía no solo era un nombre en un contrato. Había hecho algo que nadie había logrado en años: abrir una grieta sin usar la fuerza.
Ella no lo desafiaba con violencia. Lo hacía con humanidad. Con honestidad. Y eso era mucho más peligroso.
La recordaba de rojo. El vestido. La postura. El modo en que enfrentó a Jonathan sin flaquear.
“Humana”, había dicho él.
Y Ethan había sentido, por primera vez en mucho tiempo, que no estaba solo en esa casa. Que su espacio perfectamente controlado tenía ahora una segunda respiración.
Y eso lo aterraba más que cualquier fusión empresarial.
Parte 2: Sofía.
El mensaje llegó al día siguiente, temprano.
“Confirmada tu presencia en la gala de prensa de Fundación Blake. Acceso a medios limitado. Preguntas abiertas. Asiste con Ethan. Imagen conjunta…”