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Capítulo 9: Lo Que No Se Compra

Sofía lo leyó tres veces antes de tomar el móvil y enviar un mensaje.

—¿Qué es la Fundación Blake?

La respuesta de Ethan fue breve.

“Una obra benéfica. Mi madre la fundó antes de morir. La mantengo en honor a su nombre.”

Eso era nuevo. Sofía no sabía que Ethan había perdido a su madre. Ni que sostenía una fundación. Ni que tenía historia emocional más allá de los rumores de negocios.

—¿Qué esperan que diga? —le preguntó cuando lo vio.

—Lo que quieras. Pero si te preguntan por nosotros, mantén la línea.

—¿Cuál es la línea?

—Pareja sólida. Unión reciente. Discreta. Sin escándalos.

Sofía asintió, aunque su estómago comenzaba a cerrarse como una flor bajo la tormenta.

Esa noche, el evento fue menos glamoroso que el anterior, pero mucho más exigente. Había cámaras. Periodistas. Micrófonos. Gente escudriñando sus gestos. Analizando sus palabras.

Ethan era un bloque. Intachable. Cordial.

Sofía, en cambio, se sintió por momentos al borde del error. Hasta que una reportera joven —de rostro amable, pero mirada aguda— se acercó con una pregunta clara:

—Sofía, ¿Qué es lo que más admiras de tu esposo?

Sofía parpadeó. No estaba preparada para eso. No era una pregunta ensayada. Era personal.

Podría haber dicho “su visión empresarial”, “su capacidad de liderazgo”, o “su discreción”.

Pero no.

—Su silencio —respondió, y todos los ojos se volvieron hacia ella—. Ethan es un hombre que no necesita llenar los espacios con palabras vacías. Escucha más de lo que la gente cree. Observa. Y cuando habla… es porque realmente ha decidido que vale la pena hacerlo.

Ethan la miró. No con sorpresa, sino con una especie de pausa interna que ni él pareció comprender del todo.

La reportera sonrió, agradeció la respuesta, y se retiró.

Cuando terminaron la ronda, Sofía sintió que acababa de pasar una prueba que ni siquiera sabía que estaba rindiendo.

Ethan se le acercó en el auto, de regreso.

—Gracias por lo que dijiste.

—Fue sincero.

—Lo sé.

—¿Te molesta?

—No. Me incomoda. Es distinto.

Sofía lo miró, sin apartar la vista.

—¿Y tú? ¿Qué dirías si te preguntaran qué admiras de mí?

Ethan sonrió, la primera sonrisa real que le había visto desde que firmaron aquel papel.

—Que no necesito preguntártelo para saberlo. Y aún así… me dan ganas de hacerlo.

Varios días después.

La cocina de la casa Blake era tan grande como todo el apartamento donde Sofía había vivido antes.

Había mármol por todas partes, electrodomésticos inteligentes y una isla central que parecía diseñada para que nadie la usara realmente. Era un lugar bonito, pero frío. Hasta esa noche.

—¿Sabes cocinar? —preguntó Sofía, mientras revisaba el refrigerador.

—Sé ordenar por aplicación.

—Eso no cuenta.

—Entonces no.

Ella sonrió, divertida, y sacó algunos ingredientes básicos. Huevos, espinacas, pan. Nada ambicioso. Solo algo real.

—Hoy vas a aprender a hacer una cena decente. Nada de chefs, nada de asistentes. Solo tú, tus manos, y mi paciencia.

Ethan se apoyó en la encimera, arremangándose la camisa con expresión contenida.

—¿Eso implica riesgo?

—Implica confiar en que no vas a incendiar la casa. O mi receta.

—Ambas tareas parecen igual de difíciles.

La dinámica entre ellos esa noche fue distinta. Menos formal. Más torpe. Pero también más humana.

Ethan intentó cortar vegetales y lo hizo como si estuviera diseccionando un contrato. Sofía se rió y corrigió la postura de sus dedos.

—No estás firmando cláusulas. Estás evitando perder una uña.

En un momento, al inclinarse para tomar sal, sus manos se rozaron. Fue apenas un segundo, pero ninguno de los dos se movió con rapidez. Como si ambos lo hubieran notado… y también lo hubieran permitido.

La comida quedó comible. Bastante bien, para ser honestos.

Comieron en la barra, sentados juntos, sin distancia medida, sin protocolo.

—¿Así vivías antes? —preguntó Ethan, mirándola de reojo.

—Sí. Así cocinábamos mamá y yo cuando estaba mejor. A veces no teníamos mucho, pero era cálido. Aquí todo parece… clínico.

—Es un buen diagnóstico.

—¿Y tú? ¿Siempre viviste entre mármol y silencio?

—No. Hubo ruido en mi infancia. Pero no del tipo agradable.

Sofía lo miró con suavidad. Era la primera vez que Ethan hablaba de sí mismo sin que ella tuviera que presionar.

—¿Extrañas algo?

—Extraño no tener que desconfiar de todo.

No dijeron más. Pero esa noche, el silencio entre ellos ya no era una barrera, sino una forma de estar cerca sin romperse.

A la mañana siguiente, mientras Ethan salía temprano para una reunión con inversionistas, Sofía aprovechó la casa vacía para revisar correos en su laptop personal.

Tenía pocas cosas pendientes. Algunas notificaciones del banco. Un mensaje de Lena preguntándole cómo sobrevivía en la “mansión del silencio”. Y luego, uno extraño.

Sin remitente claro. Solo un asunto:

"¿Estás segura de quién es Ethan Blake?"

Abrió el correo con cautela.

El mensaje era breve. Frío. Directo.

"Caroline Delacroix no murió en un accidente. Pregúntale por Londres, 2016. Si no te responde, es porque teme que descubras por qué te eligió a ti…"

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