Zaira siempre ha tenido un sueño claro: abrir su propio restaurante y conquistar el corazón del mundo con sus habilidades culinarias. Sin embargo, entre largas jornadas en la cocina y la presión constante de su madre para que se case, su vida parece estar en pausa. Además, su figura curvilínea —sus caderas anchas y muslos gruesos— no encaja con los estándares que los hombres a su alrededor parecen buscar, y eso ha hecho que su confianza en el amor esté por los suelos. Gabriel Seraphiel, un magnate frío y calculador, vive en un mundo donde todo se negocia, incluso el matrimonio. Aunque su vida profesional es impecable, su corazón lleva está sellado al frío, y como padre soltero, su prioridad es proteger a su hijo de cualquier desorden emocional. Su familia insiste en que debe cumplir con su deber: conocer a la mujer que ha sido elegida para él desde hace años. Sin embargo, Gabriel no está dispuesto a dejarse atar por compromisos sentimentales. Cuando el destino los cruza de manera inesperada, ninguno sabe que la persona frente a ellos es su prometido. Entre malentendidos, roces inesperados y momentos llenos de chispa, Zaira y Gabriel comienzan a descubrir que a veces el amor llega de las formas más sorprendentes. Pero, ¿podrán superar sus propios prejuicios, miedos y las responsabilidades que los atan para aceptar lo que el destino ya escribió? Una historia de romance, drama y momentos llenos de humor que celebra las segundas oportunidades, el poder de los sueños y el amor propio.
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Zaira MoreauMe sentía feliz, radiante y llena de energía. El aroma a pan recién horneado y especias aún impregnaba mis manos después de las clases de cocina. Mi maestro, el renombrado chef Alain Dubois, había anunciado en la última lección que era la mejor estudiante de todos los tiempos. El chef Dubois me había elegido como su aprendiz hace algunas semanas y había aprendido muchísimo en estas pocas semanas. Era el primer paso hacia el sueño que me había guiado desde mi niñez.
Una vez mi maestro se me acercó: —¿Por qué quieres ser mi aprendiz? —me preguntó el día antes de elegir su aprendiz.
—Quiero hacer feliz a las personas con mi comida, chef —le respondí sinceramente. Y solo así aceptó ser mi maestro.
He amado la comida desde que podía recordar. A los dos años, ya acompañaba a la abuela en la cocina, preguntando curiosa por cada ingrediente. Mi abuela, con paciencia infinita, me enseñó todo lo que sabía: desde amasar pan hasta preparar las más delicadas salsas francesas. Mi corazón siempre perteneció a Francia. Por eso, al cumplir los dieciocho, me mudé con la abuela a un pequeño pueblo cerca de la capital, decidida a convertirme en chef.
Me bajé del autobús unas calles antes de llegar a casa, la brisa cálida del verano acariciaba mi rostro y de camino encuentro un puesto de flores.
—¡Que hermosas flores! —le dije al vendedor, con ojos brillantes.
Me gustaba ver lo bonito y positivo de la vida, aunque su vida nunca fue fácil.
—¿Cuál le gusta, jovencita? —dijo el amable señor.
Contenta escogí las más bellas y coloridas, seguí caminando luego de pagar. Los pensamientos sobre mi futuro y mi restaurante, un lugar pequeño, pero acogedor en el corazón de Francia, llenaban mi mente. Allí quería vivir, rodeada de vegetales frescos y especias, quería vivir una vida sencilla y plena.
Sin embargo, mis pensamientos se interrumpieron abruptamente al notar a un hombre alto y de porte serio parado en la entrada de mi casa. Vestía un traje oscuro impecable que contrastaba con el ambiente relajado del pueblo.
Fruncí el ceño, preparándome mentalmente para cualquier eventualidad, avance con cautela.
—¿Es usted la señorita Zaira Moreau? —preguntó el hombre con una voz firme y grave.
Me detuve y lo miró fijamente, hundiendo más el ceño.
—Lo soy. ¿Quién me busca? —mi mirada cautelosa, viendo siempre alrededor por si debo correr.
El hombre dio un paso adelante, extendiéndole una tarjeta de presentación elegante de color blanco y letras doradas que tomé con desconfianza.
—Necesito que venga conmigo. Su maestro, el chef Alain Dubois, la ha recomendado con esmero. Su talento ha sido reconocido, y mi jefe necesita de sus habilidades —le cuenta el hombre.
—¿Quién es su jefe? —mi pregunta, sale de mis labios sin pensarlo mucho, manteniendo la voz firme, aunque mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho.
La emoción llenando mis venas.
—Alguien muy exigente y con recursos ilimitados —respondió el hombre, sin dar más detalles—. La decisión es suya, pero le aseguro que esta es una oportunidad única.
Tras un momento de silencio, finalmente me atreví a hablar:
—Debo hacer unas consultas —concluí luego de un silencio prolongado, y aunque pude notar al hombre algo nervioso estaba decidida a tomar una buena decisión.
El hombre asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Haga lo que tiene que hacer, así no pierdo el tiempo —dijo de manera fría, pero ya yo estaba acostumbrada a ese trato, así que no me lo tome personal.
Una mezcla de emoción y cautela llenó mi pecho. Algo me decía que ese encuentro cambiaría mi vida para siempre.
Tras una breve llamada a mi maestro y mi abuela paterna, Marguerite Moreau, una mujer con el alma tan cálida como su nombre, dejé escapar una sonrisa satisfecha.
—Está bien, señor… ¿cómo se llama? —pregunté, girándome hacia el hombre un poco indecisa.
El hombre inclinó la cabeza en una ligera reverencia que correspondí.
—Mil disculpas, señorita. Mi nombre es Frederic LeBlanc —habla despacio.
—Bueno, señor LeBlanc, haré los postres y los llevaré a su casa —dije con una pequeña sonrisa— ¿Está bien para este fin de semana?
—Esto es importante para mi jefe —me advierte el señor serio frente a mí— no puedes perder esta oportunidad, la familia Seraphiel es poderosa y puede impulsar su carrera o hundirla con el chasquido de los dedos.
No podía evitar sentirme emocionada. La posibilidad de cocinar para alguien importante encendía mi imaginación como luces de navidad coloridas y emocionadas. Ya estaba pensando en ingredientes, en la presentación de los platos y en los sabores que deseaba transmitir.
El hombre no dejaba de verme detallándome una y otra vez. Tal vez miraba mi cabello teñido de rojo fuego, rebelde y brillante, que hacía un curioso contraste con mi piel de porcelana, quizás veía mis ojos que, con una mezcla fascinante entre verde y marrón, brillaban de entusiasmo. Aunque sabía que solo veía mi cuerpo. Mi silueta era más de talla grande que lo que muchos consideraban atractivo, yo tenía una soltura y elegancia natural que pasaban desapercibidas, ya que todo eso se veía eclipsado por mis caderas anchas, mi estómago redondeado, mi enorme trasero o mis brazos gordos. Sabía que el hombre la criticaba en su mente como hacia todo aquel que la conocía.
—Entiendo, señor LeBlanc el fin de semana llevaré los postres —le regalé una pequeña sonrisa que el hombre devolvió y que a mí no me importó.
—Quiero que se enfoque solo en cocinar —añade viéndome de arriba abajo, detallando mi vestido o tal vez mi gordura— aunque usted no tiene nada para distraer a mi jefe —me veía neutral, pero casi podía adivinar sus pensamientos.
129 El gran día había llegado. El sol brillaba en lo alto, bendiciendo la ceremonia con su cálida luz, mientras una brisa suave agitaba los pétalos blancos que decoraban el pasillo nupcial. Todo estaba dispuesto con un gusto exquisito, sin excesos, pero con ese aire elegante y especial que reflejaba la esencia de la pareja. Gabriel estaba de pie en el altar, vestido con un impecable traje negro, su porte majestuoso, pero sus ojos delataban la emoción que lo embargaba. A su lado, Bishop, su padrino, ajustaba su corbata con fingida indiferencia, aunque la sombra de una sonrisa se dibujaba en su rostro. Las primeras notas de la música comenzaron a sonar y las pequeñas pajecitas hicieron su entrada. Las gemelas caminaban con pasos cuidadosos, sosteniendo pequeñas cestas con pétalos de rosa que esparcían con alegría. Justo detrás de ellas, Samuel avanzaba con solemnidad, sosteniendo la pequeña caja con los anillos como si fuera el mayor tesoro del mundo. Y entonces, la vio.
128Los meses habían pasado, y la enfermedad de Gabriel fue mejorando poco a poco. Sus dolores de cabeza eran menos frecuentes, su visión comenzaba a estabilizarse y eso trajo un alivio inmenso a toda la familia.Después de que todos se enteraron de que yo era una Rexton, la familia Seraphiel dejó atrás su resentimiento con mi madre adoptiva y sus oscuros secretos. Era como si, de algún modo, la verdad hubiera limpiado las heridas del pasado.Gabriel observaba a Zaira mientras cocinaba, disfrutando de la escena cotidiana que antes parecía imposible. En la sala, los niños jugaban animadamente y debatían sobre la existencia de los fantasmas.—¡Claro que existen! —dijo uno de ellos con los ojos muy abiertos—. Mi amigo en la escuela dijo que su casa está embrujada.—No es cierto —respondió el otro con los brazos cruzados—. Los fantasmas no existen, son solo cuentos para asustarnos.Gabriel sonrió, divertido, y decidió intervenir.—Tal vez los fantasmas solo aparecen a quienes creen en ell
127Zaira se sienta frente a Elena en el elegante despacho de la mansión Rexton. La mujer estaba serena, pero su mirada es dura, como si estuviera evaluando el peso de cada palabra antes de hablar.—Zaira, he tomado una decisión sobre Camila —dice finalmente.Zaira siente un escalofrío en la espalda. No esperaba que la conversación llegara tan rápido.—¿Qué harás con ella? —pregunta Zaira curiosa.Elena entrelaza las manos sobre la mesa.—Le di mi apellido, mi fortuna y la traté como mi hija porque creí que era mi hija. Pero ahora sé la verdad… y sé que intentó dañarte más de una vez. No puedo permitirlo —negó con la cabeza— yo pensé que había ganado otra hija, pero su codicia le nubló la mente.El corazón de Zaira late con fuerza.—¿Qué significa eso? —hundió el ceño.—Significa que Camila ya no será una Rexton —afirma Elena con frialdad—. Le quitaré todo: su acceso a mis cuentas, su apellido, su posición. No dejaré que alguien que actuó con tanta maldad siga beneficiándose d
126.Bishop y Selena llegaron a la imponente mansión de Grace, la abuela de Bishop. La mujer de rostro severo y mirada afilada los esperaba en la sala principal, sentada con la elegancia de una reina en su trono. Pero cuando sus ojos se posaron en sus manos entrelazadas y en los anillos que brillaban en sus dedos, su expresión se volvió oscura como el carbón.—¡¿Qué significa esto, Bishop?! —espetó con una voz gélida, sus labios frunciéndose en desaprobación—. ¡Dime que es una broma!Selena sintió la tensión en el aire, pero Bishop no reaccionó ante la furia de su abuela. Simplemente se mantuvo firme, sin soltar su mano.—No es ninguna broma, abuela —dijo con calma, su voz profunda y decidida—. Selena es mi esposa.Grace casi se atraganta con su propia indignación.—¡Tú no puedes casarte con ella! ¡Esa mujer no es digna de ti!Selena sintió la punzada de las palabras, pero se mantuvo erguida. No permitiría que esa mujer la intimidara. Sin embargo, Bishop, con su temple inquebrantable,
125Zaira caminaba de un lado a otro en la sala, abrazándose a sí misma mientras miraba el reloj por enésima vez. La noche parecía eterna, cada minuto que pasaba sin noticias de Gabriel la hacía sentir más ansiosa.Intentó distraerse, pero sus pensamientos la traicionaban. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si no regresaba?Cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose, su corazón dio un vuelco.—¡Gabriel! —exclamó, girándose de inmediato.Antes de que él pudiera decir algo, Zaira corrió hacia él y se lanzó a sus brazos. Gabriel apenas tuvo tiempo de estabilizarse antes de sentirla aferrarse con fuerza a su espalda, como si temiera que se desvaneciera.—Estás aquí… —susurró ella contra su pecho.Gabriel exhaló y la envolvió con sus brazos, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo se disipaba lentamente.—Te dije que regresaría —murmuró, apoyando la barbilla sobre su cabeza.Zaira no respondió al instante, solo se apretó más contra él.—No me gusta esto… —susurró—. No me gusta quedarme aquí espe
124Gabriel frunció el ceño ante las palabras de Zaira.—¿Por qué cambiaría todo? —preguntó con un deje de duda, sintiéndose un poco mal por lo que ella insinuaba.Zaira soltó un suspiro tembloroso, su mirada reflejaba una mezcla de angustia y frustración.—Claro que sí —afirmó con convicción—. Tal vez no me hubiera ido tan lejos… O podría haberle pedido a Selena que te ayudara… No lo sé, no lo sé… —repitió en un murmullo frenético, llevándose las manos al rostro.Gabriel sintió algo en su interior retorcerse. No podía soportar verla así. Sin pensarlo, la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos con fuerza.Zaira se quedó inmóvil por un segundo, luego se aferró a él con la misma intensidad.Gabriel cerró los ojos, sintiendo su calor, su fragilidad y, al mismo tiempo, su fortaleza. No sabía si sentirse aliviado o no. Lo único que tenía claro era que no quería preocuparla.Zaira era tan bondadosa, tan hermosa, no solo por fuera, sino también por dentro. Su sola presencia traía luz a
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