XXI. Desalojo forzado

Isla no durmió en toda la noche y cuando se levantó en la mañana, miró con preocupación, como se le había acabado su base facial encubridora.

La necesitaba con urgencia y no podía salir así a ver a nadie.

Así que, casi huyendo del castillo, con unos lentes de sol grandes y oscuros.

Fue a las tiendas especializadas a comprar lo que necesitaba.

Podía haberla pedido por internet, pero sentía que no era lo suficientemente rápido, nadie podía conocer su vergüenza.

Solo que nunca se imaginó que después de haber solucionado el que creyó sería el mayor percance del día, cuando llegó al castillo, se encontraría con el problema real.

- Baja las cosas del auto con cuidado, que hay pastelería para Moira- le ordenó a uno de los hombres del personal, pero este se quedó en su sitio parado como si con él no fuera.

- ¿Acaso eres sordo o ya no quieres tu empleo? - le preguntó con prepotencia.

Había algo en el ambiente desde que se bajó del auto, que no le gustaba para nada.

Siempre salía alguna doncel
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