Partido. 4

Aileen no se lo pensó dos veces, agarró una rama gruesa, mojada por la llovizna, y se la lanzó con rabia.

— ¡Para que aprendas a no morder traseros ajenos, bicho del infierno! — la rama voló directo, con puntería perfecta, y le rebotó justo en la cabeza, el lobo soltó un quejido leve, más de indignación que de dolor, y se giró hacia ella, ofendido — ¡Ah, ahora sí te duele! ¿No? ¡Pues a mí me dejaste marcada para toda la semana, desgraciado! — el animal la miró fijo, con esas pupilas doradas que brillaban incluso bajo el cielo gris.

Luego soltó un resoplido que, si ella no estuviera tan loca, juraría que fue una risa y se giró, trotando entre los árboles con tod

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