Aileen se detuvo frente a la puerta del aula 20B, ya estaba abierta, así que golpeó suavemente con los nudillos, apenas un gesto, pero lo suficiente para que la profesora se girara hacia ella desde el escritorio, la mirada de la mujer, inquisitiva, pero no severa, se suavizó al verla.
— Adelante. — le dijo.
Aileen entró con pasos tranquilos, aunque por dentro sentía que todas las miradas la taladraban, mantuvo la cabeza erguida, intentando ignorar el murmullo sutil que se apagaba a su paso, extendió el papel que llevaba en la mano.
— Soy nueva. — dijo simplemente.
La profesora tomó el documento, lo leyó y asintió con una sonrisa que trató de ser cálida.
— Clase, tenemos una nueva compañera, su nombre es... — miró nuevamente la hoja — Aileen Eliza Carter Lane, viene de Seattle. — hubo un breve silencio.
Algunos rostros levantaron la vista, curiosos, otros apenas pestañearon, inmersos aún en la modorra del primer día, pero una figura pegada a la pared alzó la cabeza de golpe, Leo. Aileen sintió el calor subirle por el cuello, no era timidez, era incomodidad. Su nombre completo siempre le resultaba excesivo, como si le recordaran todos los pedazos de su historia que aún dolían.
— Eh... Solo Aileen Carter está bien. — dijo con voz firme, pero amable, la profesora asintió con naturalidad.
— Perfecto, Aileen, bienvenida a Blackwood High, puedes sentarte en el lugar vacío, junto a la ventana. — Aileen asintió, agradecida de que la presentación no se alargara.
Antes de caminar hacia su asiento, Aileen escuchó un gruñido agudo, un sonido tan peculiar y fuera de lugar que le hizo detenerse, parecía el chillido de un cerdo, uno de esos que se escuchan en los corrales cuando están molestos o excitados.
El sonido fue seguido por una ola de risas provenientes del fondo del aula, un grupo de estudiantes, probablemente los que siempre se sentaban atrás por una mezcla de costumbre y arrogancia, comenzó a reírse a carcajadas, como si aquel gruñido hubiese sido lo más gracioso del día. Aileen no dudó, no le gustaban las bromas a costa de ella y menos cuando eran tan, básicas.
— Qué bonito... — dijo en voz alta, lo suficiente para que todos la oyeran — Me encanta que incluyan a niños con necesidades especiales en los cursos regulares, habla muy bien del sistema educativo del pueblo. — hubo un segundo de silencio y entonces, el aula estalló.
Risas, exclamaciones, palmas, incluso un par de silbidos, todos sabían de quién se había burlado exactamente la chica nueva, pero la forma en que lo dijo fue tan elegante y afilada que nadie quiso quedar fuera de la burla, el grupo de atrás dejó de reírse, algunos aplaudieron con sorna, otros simplemente se quedaron boquiabiertos, una voz aguda se alzó entre el bullicio, arrogante y resentida.
— Si te dolió la entrada triunfal, cariño, te sobas y sigues en tus asuntos. — espetó una rubia de ojos delineados en negro, con el uniforme arremangado como si fuera ropa de diseñador.
No miraba a Aileen directamente, sino al chico de atrás, lo hacia sobre su hombro, como esperando su reacción, Aileen alzó una ceja, impasible, no se molestó en responderle a nadie más. En lugar de eso, sus ojos se desviaron, atraídos casi contra su voluntad, hacia la figura que estaba un par de asientos más adelante.
El chico de cabello negro revuelto, ligeramente caído sobre la frente, con una expresión entre divertida y molesta, su rostro tenía una belleza desordenada, poco cuidada, como si no le importara lo atractivo que era, pero lo que verdaderamente la impactó fueron sus ojos: de un ámbar profundo, casi dorado. Él también la miraba, no se reía del todo, no decía nada, solo la observaba como si la reconociera y por un instante, Aileen sintió que todo lo demás se desvanecía, que las risas, los insultos y las primeras impresiones eran solo ruido de fondo, y que ese extraño con ojos de sol acababa de verla por completo.
Entonces, sin decir nada más, caminó hacia su asiento, pero dentro de su pecho, algo había empezado a latir con fuerza, algo nuevo, algo que no entendía y que no sabía si quería entender.
La profesora, con una habilidad perfeccionada por años de lidiar con adolescentes, ignoró por completo el incidente, no reprendió a nadie, ni pidió silencio, simplemente sonrió con la misma naturalidad con la que alguien cierra una ventana ante una tormenta.
— Bienvenida nuevamente, Aileen... — dijo con voz clara — Soy la profesora Crawford, estaré con ustedes en Literatura este año, espero que te guste leer, porque yo no tengo la menor intención de hacer esto liviano. — algunos gimieron con fastidio; otros rieron por lo bajo.
La mujer se volvió hacia la pizarra, destapó un plumón azul y comenzó a escribir con trazos elegantes, casi coreografiados, Aileen aprovechó el momento para dejar su mochila en la silla vacía a su lado, desde su sitio, la ventana le ofrecía una vista parcial del patio, de los árboles cercanos al borde del bosque y del cielo plomizo que se anunciaba como lluvia para la tarde.
Sacó su cuaderno, el nuevo, con hojas aún limpias y aroma a papel recién cortado, dibujó sin pensar una espiral en la esquina inferior, pero el cosquilleo en su nuca le hizo detenerse, giró un poco el rostro, allí estaba él. Una fila detrás, al otro lado del salón, no lo suficiente como para estar cerca, pero sí para que su mirada lo cruzara todo y la tocara, o al menos, eso sentía ella.
Ojos ámbar, brillantes como fuego contenido, la observaban sin disimulo, no era exactamente incomodidad lo que sintió, tampoco miedo, era como si ese chico supiera algo que ella no, como si pudiera ver entre las capas que tan cuidadosamente se colocaba frente a los demás, su rostro seguía inexpresivo, como si el bullicio del aula, la profesora, y todo lo demás no existieran, Aileen desvió la mirada hacia la pizarra rápidamente, pero no consiguió concentrarse del todo.
— ¿Por qué me mira así? — pensó.
Era la segunda vez que lo notaba desde que había llegado, primero cuando entró, después ahora, no la analizaba, no la juzgaba, solo la observaba y aunque no podía explicarlo, algo en su interior sabía que esa mirada no era nueva. Era como si alguien la estuviera recordando, la profesora seguía escribiendo, afuera, las ramas de los árboles bailaban con el viento y en ese instante, Aileen supo dos cosas con certeza; la primera, que ese chico la iba a meter en problemas y la segunda, que ya no había vuelta atrás.
La profesora Crawford bajó el plumón, se volvió hacia los alumnos y apoyó las manos en el escritorio.
— Muy bien, chicos... — dijo con una sonrisa astuta — Este año leeremos más de lo que están acostumbrados, pero antes de imponerles algo, quiero saber ¿Qué les gustaría leer? — un murmullo se extendió por el aula, algunos alzaron la mano sin esperar turno.
— ¿Sí, Madison? — la profesora señalo a una chica del fondo.
— Orgullo y prejuicio, obvio. — dijo la morena con una sonrisa pretenciosa — Aunque dudo que alguien aquí lo entienda. — vio hacia la esquina contraria.
— Excelente elección... — respondió la profesora sin reaccionar al veneno del comentario — ¿Otro? — un chico musculoso en primera fila propuso El código Da Vinci, alguien más mencionó Los Juegos del Hambre.
Otro soltó con entusiasmo Harry Potter, provocando algunas risas, el ambiente era ligero, relajado, hasta que habló él.
— El corazón de las tinieblas. — dijo Leo, sin levantar la mano.
La voz grave, cargada de seguridad, resonó en la sala, algunos se giraron para mirarlo, otros simplemente hicieron una mueca, como si ya estuvieran cansados de sus comentarios intensos.
— ¿Whitmore? — preguntó la profesora, ligeramente sorprendida — ¿Por qué? — Leo se encogió de hombros.
— Porque no hay redención real, porque el horror existe en todos y porque pocos se atreven a mirarlo de frente. — un murmullo incómodo se esparció como humo entre los pupitres.
Aileen bajó la mirada a su cuaderno, no tenía ganas de opinar, no quería hablar, no quería exponerse, se mordió el interior del labio mientras sus dedos jugaban con el borde de la hoja, hablar de libros no era lo difícil, lo difícil era abrir la boca sin temblar, la profesora notó su silencio, la miró por un instante, pero no insistió.
— Tendremos tiempo para leer un poco de todo... — concluyó Crawford — Pero ya que Leo se atrevió a ir al fondo, me parece justo que también pasemos por Austen, para todos los paladares. — la campana sonó, estridente, impaciente.
Aileen guardó el cuaderno de literatura con movimientos meticulosos y sacó otro, de t***s negras y líneas cuadriculadas, sabía que el siguiente bloque era matemáticas; no le emocionaba, pero al menos era bueno mantener la mente ocupada, estaba por alisar la portada del cuaderno cuando sintió un golpecito suave en el brazo.
Era la chica rubia que se sentaba a su lado, la misma que había lanzado el comentario sarcástico minutos atrás, ahora le extendía un papel doblado en cuatro, con una sonrisa en los labios y las cejas alzadas como si estuviera por contarle un secreto indecente.
— Te lo mandan. — dijo en tono cómplice, como si compartieran algo más.
Aileen lo tomó sin decir nada, aunque sintió que todos los ojos cercanos estaban pendientes de su reacción, desdobló el papel con calma, como si no le importara, pero al leerlo, tuvo que contener la mueca que se le escapaba.
"¿Siempre muerdes así cuando te provocan o solo el primer día?"
Sintió el calor subirle a las mejillas, pero se obligó a que no se notara, apretó los labios, los ojos clavados en el papel, fingiendo indiferencia, a lo lejos, percibía la risa disimulada de dos o tres detrás de ella. Giró lentamente la cabeza, hasta que sus ojos dieron con los del chico que no paraba de mirar, Leo Whitmore estaba recostado en su asiento, con una pierna estirada hacia el pasillo, los brazos cruzados sobre el pecho y una media sonrisa que no llegaba a ser burla, pero tampoco simpatía.
Como si la estuviera estudiando, como si le divirtiera saber que ella había mordido el anzuelo, Aileen dobló el papel con cuidado, lo metió en su estuche sin romper contacto visual, y luego susurró con voz apenas audible, cargada de sarcasmo.
— ¿También babeas cuando alguien te ignora o solo en los días impares? — la rubia a su lado soltó una risa, sorprendida.
Varias cabezas se giraron, Leo no respondió de inmediato, se limitó a mirarla, ahora sin la sonrisa, sin rastro de burla, solo un destello ¿De sorpresa? ¿De interés? Entonces entró el nuevo profesor, un hombre de barba espesa y voz profunda, que no perdió tiempo en pasar lista ni en presentarse. Sacó el plumón y escribió fórmulas en la pizarra mientras los alumnos volvían a acomodarse en sus sillas, con protestas perezosas y ojos aún encendidos por el juego anterior.
Aileen abrió su cuaderno, bajó la mirada, pero ya no lograba concentrarse, no por las matemáticas, sino por la sensación de que, a pesar de la gente, del murmullo de fondo y del zumbido de la luz fluorescente, alguien la seguía mirando, alguien con ojos ambarinos y demasiadas preguntas por responder.
— ¡Abran el libro en la página cuatro! — ordenó mientras giraba hacia la pizarra y comenzaba a escribir fórmulas con trazos veloces, sin preocuparse por presentarse.
Pero en mitad del primer trazo, se detuvo, sus ojos recorrieron el aula como escaneando un inventario hasta detenerse en Aileen.
— Tú... — dijo sin preámbulos, con un gesto de la barbilla — No te había visto antes ¿Nombre? — era un hombre electrico.
— Aileen Carter. — respondió ella, firme, aunque no muy interesada en llamar más la atención de la que ya tenía.
Él asintió como si lo anotara mentalmente.
— Bien, Carter, acompáñenos, a la pizarra. — hubo una ligera ola de murmullos.
Aileen sintió las miradas clavarse en su espalda mientras se ponía en pie, respiró hondo, cruzó entre los pupitres con paso seguro y tomó el marcador que él le tendía. El ejercicio estaba claro: una ecuación cuadrática con una raíz oculta entre fracciones molestas, ella analizó el problema con rapidez, no tenía problemas con las matemáticas.
Seis medallas colgaban en la pared de su cuarto como prueba irrefutable, su padre solía llamarla su "pequeña mente brillante" antes de desaparecer de su vida. Tomó el marcador y empezó a escribir, los trazos fueron firmes, rápidos, al terminar, dio un paso atrás, el profesor entrecerró los ojos, cruzó los brazos y asintió con lentitud.
— Correcto... — dijo, sin un atisbo de sorpresa, pero sí con algo de aprobación — Bienvenida al último año, Carter. — ella asintió, dejó el marcador en su lugar y regresó a su asiento.
Mientras caminaba de vuelta, sintió que el murmullo se había detenido un segundo y que, entre todos, los ojos de Leo la seguían más intensamente que antes, no le gustaba presumir, nunca lo hacía, pero algo en ese momento, en cómo había callado la clase sin decir una palabra, le supo bien y cuando volvió a sentarse, sin mirar a nadie, supo que ya la habían empezado a observar por algo más que por ser la nueva.
El profesor dictó el resto de la clase con velocidad, repasó los temas más importantes del año anterior como si temiera perder tiempo valioso: factorización, funciones, límites, la mayoría bostezaba o garabateaba en sus libretas, pero Aileen anotaba sin distraerse, no porque lo necesitara, sino porque escribir le ayudaba a no pensar en todo lo demás.