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Alessandro se puso de pie de inmediato.

—¿De qué hablas?

—Leonard Volkov nos está rastreando —escupió su padre con furia—. Lo que quiero es que desaparezcan sus cargamentos y le enseñes una lección.

Alessandro sintió un escalofrío. Si Leonard realmente se atrevió a rastrearlo, la guerra ya no era una posibilidad, sino una realidad.

—¿Quieres que lo mate?

—No todavía —la voz de su padre bajó el tono, volviéndose más calculadora—. Quiero que envíes un mensaje primero. Ataca donde más le duela. Hazle saber que metió la cabeza en la boca del lobo.

Alessandro se pasó una mano por el rostro. Todo esto estaba yendo demasiado rápido.

—¿Cuándo tengo que partir?

—Ahora. Hay un buque esperándote en el puerto. Llévate a tus mejores hombres y arréglalo.

La llamada terminó abruptamente. Alessandro bajó el teléfono y miró la puerta de la habitación de Anya.

Alessandro apoyó la frente contra la puerta de la habitación de Anya antes de entrar.

No sabía por qué lo hacía. No tenía que despedirse. No tení
Glenmarts

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