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Había pasado un mes. Treinta días en los que Anya no había visto a Alessandro.

La primera semana esperó. Pensó que quizá regresaría, que vendría a reclamar lo que era suyo o a dejar claro qué lugar ocupaba ella en esa casa. Pero él nunca volvió.

Y en su ausencia, el servicio de la mansión decidió que no valía la pena tratarla con respeto.

Primero, fueron las miradas de desprecio. Luego, el silencio absoluto cuando pasaba cerca. Después, le dejaron de llevar comida.

Al principio pensó que era un error. Esperó pacientemente en su habitación, creyendo que alguien llamaría a la puerta con la bandeja de siempre. Pero la comida nunca llegó. Ni ese día, ni el siguiente, ni el otro.

Cuando salió a pedir explicaciones, solo recibió frialdad.

—El señor Petrov dejó órdenes —dijo una de las empleadas, sin molestarse en ocultar su desdén—. No se le dará nada que no pida él mismo.

Anya sintió el estómago rugir de hambre. La humillación quemó más que el hambre.

—¿Y cómo se supone que voy a comer? —pr
Glenmarts

:) gracias por leer!!

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