El rugido del auto de Alessandro se apagó frente a la mansión de los Volkov. Anya exhaló, aún con el pulso acelerado por la carrera, por la adrenalina... y por el hombre que la observaba de reojo con su eterna expresión de arrogancia.
—¿Lista para tu bienvenida? —preguntó Alessandro con diversión mientras apagaba el motor.
Anya le lanzó una mirada fulminante antes de abrir la puerta y bajar sin esperarlo.
Pero apenas puso un pie en el suelo, la puerta de la mansión se abrió de golpe. Isabella Volkov salió corriendo.
—¡Anya! —su madre la envolvió en un abrazo apretado—. Nos tenías preocupados.
Detrás de ella, su padre, Vladim Volkov, se mantenía firme, con los brazos cruzados, observando la escena con una mezcla de severidad y alivio.
Y, unos pasos más atrás, estaba Leonard. Su hermano no dijo nada al principio. Solo la escaneó con la mirada, como si necesitara asegurarse de que estaba entera. Pero luego sus ojos se posaron en Alessandro, que se había tomado su tiempo para salir del aut