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El motor del auto rugía mientras Alessandro Petrov conducía de regreso a su apartamento. Su mente aún estaba en Anya, en el beso que le robó frente a todos, en la forma en que Leonard casi le saltó encima como un perro rabioso. Había disfrutado eso.

Pero entonces, su celular vibró en el asiento del copiloto.

Su ceño se frunció al ver el nombre en la pantalla: Madre.

—Mamá, es tarde. ¿Qué pasa?

El sonido que vino del otro lado de la línea le heló la sangre. Un sollozo.

—Alessandro…

Su agarre en el volante se tensó.

—¿Qué pasó? Dímelo.

—Es Débora… La mataron.

El aire se escapó de sus pulmones.

—¿Qué?

—La encontraron… en un almacén a las afueras de Moscú… desangrada.

El mundo pareció cerrarse sobre él.

Débora. Su hermana Su familia. La niña con la que había crecido, la mujer que siempre había sido tan jodidamente ambiciosa y cruel como él. Pero era suya. Era una Petrov. Y ahora estaba muerta.

—No… —susurró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

—No sabemos quién lo hizo… pero fue
Glenmarts

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