Débora observaba la mansión de los Volkov desde la distancia, con los labios apretados y los ojos ardiendo de furia. El brillo de las luces doradas iluminaba la imponente fachada, y a través de las grandes ventanas, pudo ver una silueta femenina moviéndose con gracia. Lilia.
La perra afortunada que había conseguido lo que a ella le pertenecía.
Débora se mordió el labio con fuerza. Sabía que Nikolai no la amaba, que en su mundo, el amor era un lujo que no se podían permitir. Pero le había herido el orgullo Y, sin embargo, aquella maldi ta que apareció de la nada, le robó su lugar.
—La única manera de recuperar lo mío… es deshacerme de ella —susurró para sí misma, apretando los puños.
Con un movimiento calculado, sacó su teléfono y marcó un número.
—¿Se puede saber por qué me llamas a esta hora? —gruñó una voz masculina al otro lado de la línea.
Débora sonrió con frialdad.
—Porque tengo un trabajo para ti, y si lo haces bien, serás generosamente recompensado.
—Habla.
Ella se inclinó sobr