Leonard salió de la habitación de Anya con el pecho oprimido, sintiendo como si cada paso lo alejara más de algo que jamás podría recuperar. Su respiración era errática, su pulso golpeaba con fuerza en sus sienes y sus manos aún temblaban con el recuerdo de su cuerpo contra el de ella, de su sabor impregnado en sus labios. Pero lo peor era la mirada de Anya cuando le pidió que se fuera.
Ese brillo de esperanza destrozada. Esa vulnerabilidad que él acababa de traicionar.
Los pasillos de la mansión Volkov se sentían interminables, como si con cada paso se hundiera más en un abismo de culpa. Sentía la piel ardiendo, las emociones atrapadas en su garganta. Se detuvo un momento en la gran escalera, apoyando una mano en la barandilla de mármol mientras intentaba respirar, pero fue inútil.
Porque sabía que, en esa habitación, tras esa puerta que acababa de cerrar, había dejado atrás algo irremplazable. La única persona que lo había amado no por su apellido, no por su linaje ni por su posición